Artículo de Xavier Bru de Sala

Sánchez en Marruecos

España no se planteará nunca más el asunto de la autodeterminación de su antigua colonia en el Sáhara

Pedro Sánchez dialoga con Mohamed VI.

Pedro Sánchez dialoga con Mohamed VI. / Ballesteros

Xavier Bru de Sala

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No, España no acaba de dar la espalda al Sáhara Occidental sino que lo hizo entre 1975 y 1976, cuando primero compartió la responsabilidad administrativa y seguidamente, empujada por la Marcha Verde, abandonó el territorio en manos de Marruecos. Pronto hará medio siglo. A veces, los procesos históricos son tan lentos como inexorables. Tras obtener el aval total de soberanía de Estados Unidos a cambio de un aliado tan fiel como Egipto pero más estable en el norte de África y este del Atlántico, enclave estratégico, la concesión de lo que visto desde América es un pedazo de desierto es ciertamente de bajo coste.

Desde España, las cosas no se ven de la misma forma. Opera en muchas almas un cada vez más difuso pero real sentimiento de culpa que se aferra a la noción avalada por la ONU de la autodeterminación. Culpa por haber faltado al deber más elemental con su excolonia y conmiseración ante el sufrimiento de los restos del pueblo saharaui, condenado ahora sin remisión, con el beneplácito de España, a extinguirse por completo.

Entonces, mucho más que ahora, la oposición, representada por Felipe González en visita a los campamentos saharauis, denunció la bajada hispana de pantalón ante las inaceptables pretensiones de Marruecos. Ahora, Núñez Feijóo ordena a sus tropas votar en contra de la oficialización de la posición española, la real, la de siempre. Si llega a gobernar, él o cualquier otro líder de los populares, no hará otra cosa que asumir la decisión y seguir el camino iniciado por Pedro Sánchez. Cartapacio cerrado. España no se planteará nunca más el asunto de la autodeterminación de su antigua colonia en el Sáhara. Otro trabajo tiene, otro trabajo tendrá, para ceder paso a paso a Marruecos y sin que el honor sufra más de la cuenta la soberanía de Ceuta y Melilla.

Sánchez y el rey de Marruecos han inaugurado una nueva etapa en sus relaciones. Tanto puede tratarse de un paréntesis fructífero y cordial antes de nuevas confrontaciones por la integridad territorial de Marruecos como de una verdadera amistad que los múltiples intereses mutuos solidifiquen hasta volverla irreversible. Parece que, de entrada, ambos países optan por lo segundo, y si es así veremos cómo la apertura de aduanas da paso al final del aislamiento y un inicio de marroquinización de la economía de Ceuta y Melilla. Sea como fuere, el resultado final está cantado. En la cena del presidente español y el rey de Marruecos quedó establecido el qué. Queda pendiente el cómo y el cuándo, si siempre de acuerdo o alternando buenas y malas etapas. El camino emprendido no tiene vuelta atrás, y es mejor que no lo tenga.

En términos de ‘realpolitik’, no humanitarios ni de orgullo y confrontación por el tamaño de las banderas, a España y Europa, también a Catalunya y quizá más de lo que se piensa, les conviene el final de las fricciones y la aceleración de las colaboraciones en términos económicos, comerciales y culturales. Y ello pasaba por ceder, nominalmente, el Sáhara. Y ello pasará por compartir en efecto Ceuta y Melilla con un estatus especial pero bajo soberanía nominal de Marruecos.

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