Bélgorod como ejemplo de la guerra de propaganda
En los círculos de opinión occidentales se está dando por supuesto que todo lo que presenta Moscú es falso y todo lo que emite Kiev es verdadero. Como si no hubiéramos aprendido nada de otros conflictos en los que la realidad ha sido tergiversada
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
En una guerra hibrida, como la que se está desarrollando en Ucrania, el choque convencional entre fuerzas armadas es solo uno de los frentes a considerar. En una sociedad de la información como la que define nuestros días, la guerra de propaganda -junto a la cibernética, la económica y la diplomática, entre otras- adquiere cada vez más relevancia, buscando convencer a propios y extraños tanto de las bondades de quien la decide ejecutar como de las maldades del oponente. La destrucción de ocho depósitos de combustible de la empresa pública rusa Rosneft, cerca de Bélgorod es un buen ejemplo de ello.
Ubicados en suelo ruso a unos 40 km de la frontera con Ucrania, esos depósitos -con una capacidad total de 2.000 m3 cada uno- suponían un activo importante para el suministro a la región y para el desarrollo de las operaciones militares rusas en el Donbás. Según la versión rusa, lo ocurrido es el resultado de un ataque ucraniano llevado a cabo por dos helicópteros de ataque Mi-24 Hind, volando a baja cota para no ser detectados por los radares rusos, en una acción que, de confirmarse en esos términos, supondría un audaz ejemplo de la capacidad operativa de las fuerzas ucranianas. Por su parte, Kiev ni admite ni desmiente su participación, imitando lo que a países como Israel tantos réditos le ha proporcionado en sus ataques contra algunos de sus vecinos árabes.
Dilucidar quién ha sido finalmente el ejecutor de la destrucción no es tarea sencilla. No es tan extraordinario que Ucrania haya logrado, en un vuelo de no más de 25 minutos entre ida y regreso, un golpe de estas características, dejando nuevamente en ridículo a un Ejército ruso que demostraría su incapacidad para defenderse de incursiones en su propio suelo. En Bélgorod ya la pasada semana se registró la misteriosa explosión de varios depósitos de munición que, ahora, podrían acabar siendo actos de sabotaje o la acción de un comando ucraniano infiltrado sin dejar huella.
Pero también tiene cabida la hipótesis de que se trata de una acción de falsa bandera, ejecutada por Rusia, con la intención de dotarse de nuevos argumentos para redoblar el esfuerzo militar contra su vecino, galvanizar a su población y a sus tropas y empañar la imagen de Kiev a escala internacional. En este caso, sin embargo, no deja de ser un tanto chocante que Moscú decida castigarse a sí mismo eliminando un combustible que necesita diariamente, cuando tenía otras alternativas -caída de misiles o proyectiles en una zona despoblada- menos autodañinas para denunciar una agresión ucraniana y tampoco parece que ahora precise nuevos argumentos para atacar a Ucrania más de un mes después del inicio de la invasión.
La historia de las guerras está llena de casos que desafían nuestras convicciones más sólidas y nos obligan a considerar hasta lo que a primera vista puede parecer irracional. Y para evitar perderse por completo en el intento por interpretar lo que está ocurriendo y por asignar responsabilidades es necesario asumir que todos los actores combatientes planifican y ejecutan una propaganda de guerra en la que lo fundamental es tratar de determinar quién dice qué, a quién y con qué intención. De momento, sobre todo en los círculos de opinión occidentales, se está dando por supuesto que todo lo que presenta Moscú es falso y, por el contrario, todo lo que emite Kiev es verdadero. Como si no hubiéramos aprendido nada de lo ocurrido en la guerra de Irak y tantas otras en las que la realidad ha sido recurrentemente tergiversada.
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