Guerra en Ucrania

Putin aterroriza con la amenaza nuclear

Hay que interpretar la declaración del presidente ruso como un movimiento dirigido hacia los ucranianos, haciéndoles ver que está dispuesto a todo con tal de lograr su objetivo

Putin pone en "alerta máxima" a las fuerzas de disuasión nuclear

Putin pone en "alerta máxima" a las fuerzas de disuasión nuclear

Jesús A. Núñez Villaverde

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Desde Hiroshima y Nagasaki ha habido centenares de conflictos armados en todos los rincones del planeta y, aunque las actuales nueve potencias nucleares disponen de arsenales sobrados para provocar la destrucción mutua asegurada de la humanidad nunca, en ninguna circunstancia, han apostado por lo que, en definitiva, sería un suicidio colectivo. Pero hoy, cuando la ofensiva rusa contra Ucrania no parece rendir los frutos inmediatos que Vladimir Putin tenía en mente, su recordatorio de que Rusia es la primera potencia nuclear del planeta resuena y atemoriza a muchas capitales occidentales, obligándonos a volver a considerar un hipotético uso de dichas armas.

Una vez que ha quedado claro que Vladimir Putin ha pasado de las palabras a los hechos, desbaratando los cálculos que nos hacían pensar que una ofensiva militar como la que está realizando contra Ucrania era prácticamente impensable, no se puede descartar que, empeñado en lograr sus objetivos a toda costa, decida en algún momento recurrir a sus imponentes arsenales nucleares. Además de un incontable número de armas nucleares tácticas, con un alcance por debajo de los 5.500km, cuenta con unas 6.250 cabezas nucleares (frente a las 5.500 que alberga Estados Unidos), entre las que se encuentran desplegadas y las que almacena en distintos niveles de potencial operatividad. Dispone, igualmente, de muy diversos vectores de lanzamiento, desde los misiles balísticos intercontinentales hasta los bombarderos estratégicos, pasando por los submarinos nucleares y los misiles hipersónicos planeadores de última generación.

La cuestión, por tanto, no es de capacidades sino de voluntad política para emplearlas. Lo que establecen los postulados básicos de la estrategia nuclear es que esas armas son fundamentalmente instrumentos de disuasión -buscando convencer por anticipado a cualquier posible adversario de que una acción hostil tendría un coste insoportable- y de último recurso, cuando la supervivencia del Estado esté en cuestión. Y a esos postulados se han ajustado tanto Washington como Moscú desde hace décadas, a pesar de haber vivido momentos de mucha más tensión de la que ahora se deriva de la ofensiva rusa.

De ahí se deduce que, sin seguridad absoluta que permita descartar su uso, hay que entender, en primer lugar, que Putin no necesita emplear armas nucleares para lograr sus objetivos en Ucrania. Su superioridad en el terreno convencional, cuando todavía no ha empleado más allá de la mitad de las tropas desplegadas en los alrededores de Ucrania, hace suponer que puede lograr sus principales objetivos sin recurrir a ellas. En el remotísimo caso de que Putin decida provocar un holocausto ucraniano, le resultaría imposible explicar a la población ucraniana, a la que insiste en considerar parte de la familia rusa (como si no tuvieran identidad propia), un golpe de ese calibre. Por otra parte, si lo que está pensando es en castigar a quienes ahora se están alineando en su contra, aplicando sanciones cada vez más duras y suministrando armas a Kiev, se enfrentaría a una represalia igualmente demencial que acabaría con la Rusia que conocemos.

Por todo ello hay que interpretar la declaración de Putin y sus adláteres, al tiempo que ha puesto en máxima alerta a sus fuerzas estratégicas, como un movimiento dirigido hacia los ucranianos, haciéndoles ver que está dispuesto a todo con tal de lograr su objetivo (que Ucrania no se integre definitivamente en la órbita occidental), y hacia el creciente número de aliados que Kiev está sumando, con intención de frenar una dinámica que le puede complicar hasta el extremo esa pretensión de dominar a su vecino. Lo que pretende ser un mensaje de fortaleza es, en realidad, una muestra de debilidad y cierta desesperación, por una respuesta a su violación del derecho internacional que no ha sabido calcular adecuadamente. Así ha debido entenderlo también Joe Biden, cuando ha decidido no seguir el juego a su homólogo ruso, al optar por no aumentar el nivel de alerta de sus fuerzas estratégicas.

En definitiva, un error más de Putin, que se suma a la sobrevaloración de la capacidad de sus ejércitos y a la infravaloración de la capacidad y voluntad de defensa ucraniana.

Suscríbete para seguir leyendo