Viaje cultural

Diciembre en el desierto

Kuwait es un país nuevo. Antes estaba la gente que venía del desierto y la gente del mar, los primeros eran nómadas y los segundos vivían del comercio de perlas

Una refinería de petróleo en Kuwait.

Una refinería de petróleo en Kuwait. / EFE / RAED QUTENA

Natàlia Cerezo

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Cuando Margarita (Leoz de apellido, una de las mejores escritoras que hay actualmente, es inexplicable que no se hable más) y yo bajamos del avión y salimos a la noche primaveral de Kuwait, por fin podemos quitarnos la mascarilla. Hemos pasado más de doce horas con una puesta, solo quitándonosla brevemente para comer y beber. En Kuwait apenas hay contagios, dice Guillermo, cónsul de la embajada y que nos ha recogido en el aeropuerto. El país está cerrado a cal y canto. Para entrar hemos necesitado una PCR, además de un visado especial, descargarnos una app y rellenar un montón de papeles. 

La embajada nos ha invitado para celebrar los sesenta años que lleva en este país del Golfo, les apetecía hacer algo cultural, dicen. Nos traen a hablar de traducción, de literatura, pero lo mejor es escuchar. Conocemos a la primera mujer que se fue del país a estudiar al extranjero, y que cuando regresó montó la Asociación de Mujeres de Kuwait. Nos cuida, como una hermana mayor, Wafa, que trabaja en la embajada, de origen palestino pero nacida en Kuwait, y que recuerda la guerra del Golfo como si fuera ayer. Nos cuenta cómo los iraquíes quemaron los pozos de petróleo justo antes de abandonar el país, al final de la guerra, y cómo, durante muchos meses, los kuwaitíes se despertaban con una pátina negra en la piel. 

En la biblioteca nos enseñan libros como reliquias, aunque son de los años setenta. El país es nuevo, apenas se fundó en 1962, después de independizarse del protectorado británico. ¿Y antes?, pregunto a las bibliotecarias. Antes estaba la gente que venía del desierto y la gente del mar, nos cuentan. Los primeros eran nómadas y vivían en tribus, los segundos vivían del comercio de perlas y cantaban canciones para suplicar al mar que no se llevara a nadie más.

En el avión de regreso, volvemos a ponernos la mascarilla y miramos el desierto y los rascacielos de la ciudad. Salir de casa ha sido como volver a respirar, y sabemos que nos llevamos más de lo que hemos dejado.

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