Dietario de la espera

Don Quijote y Sancho en la playa

Sobre estatuas, exilios, migrantes en la frontera polaca y otras armas arrojadizas

Fernando Rey y Alfredo Landa en Don Quijote

Fernando Rey y Alfredo Landa en Don Quijote / El Periodico

Olga Merino

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Lunes, 15 de noviembre. Homenaje a Cristina Peri Rossi en Casa Amèrica, en ausencia de la protagonista, atrincherada en casa con un catarrazo que ni el premio Cervantes le ha mitigado. La escritora cumplirá el año próximo sus bodas de oro con la ciudad, 50 años ya entre nosotros desde que se exilió de Uruguay. Busco su poema ‘Cabina telefónica 1975’ para repensarlo: «El exilio es tener un franco en el bolsillo / y que el teléfono se trague la moneda / y no la suelte / —ni moneda, ni llamada— / en el exacto momento en que nos damos cuenta / de que la cabina no funciona».

Martes, 16. El Ayuntamiento de Barcelona tumba el proyecto de Ciudadanos de instalar unas estatuas de don Quijote y Sancho en la playa de la Barceloneta, el lugar donde el hidalgo cae derrotado en el duelo contra el Caballero de la Blanca Luna. ¿Cómo era la escultura?, ¿alguien ha visto la maqueta? La propuesta parece hecha al buen tuntún, buscando el titular demoledor. Al imaginar una toalla playera ensartada en la supuesta la lanza, al pensar en el rucio del escudero con las alforjas cargadas de mojitos infames, casi se siente alivio. Pero enseguida aflora la pena, pues Barcelona, de donde han salido eminentes cervantistas, es para don Quijote «archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única». Qué contrasentido.

Miércoles, 17. Salgo de casa a la carrera, detrás del chiflo del afilador, con dos cuchillos de cocina más romos que hechos de palo. Persigo el soniquete por las esquinas del aire, una melodía aguda, siempre hacia arriba, como las preguntas sin respuesta, hasta que doy con el amolador, uno de los últimos especímenes de una especie en extinción. Resulta que el silbo no proviene de una flauta de Pan, sino de una grabación aireada con amplificador. Cuando el metal recobra el alma arrancándole chispas a la piedra, el hombre me cobra cuatro euros por cada cuchillo... Habría traído más cuenta comprarlos nuevos en el bazar chino o en el badulaque de Los Simpson. Qué Glasgow ni qué paparruchas: consumir sin fin hasta sacarle punta al planeta.

Jueves, 18. Cientos de migrantes permanecen agolpados en Bielorrusia, en la localidad de Bruzgi, fronteriza con Polonia. Los han ‘almacenado’ en un centro de transporte y logística, repleto hasta el techo de estanterías metálicas, en sacos de dormir tendidos sobre palés, apilados como mercancías de Ikea o Amazon dispuestas a la distribución. Seres de usar y tirar, como los cuchillos, un arma arrojadiza en las guerras del gas.

Sábado, 20. Concierto de Tequila en Razzmatazz en la muy simbólica fecha de la muerte de Franco. El grupo se despide de los escenarios. No acudo porque me entero tarde del evento, pero me consuelo leyendo una entrevista a Alejo Stivel donde dice: «A veces, pienso que todo lo que vaya a vivir es una secuela de lo que pasó». Aquellos argentinos, que venían huyendo de otra dictadura, la de Videla, insuflaron color y oxígeno a la transición. Los exilios latinoamericanos también nos alimentaron. Dar y recibir.

Lunes, 22. El obispo emérito de Solsona, Xavier Novell, y la escritora erótico-satánica Sílvia Caballol se casan en el juzgado de paz de Súria. Una ceremonia discreta después de que el novio haya culminado su jornada laboral, analizando esperma porcino, en la empresa Semen Cardona. ¿Abordara la Iglesia la cuestión del celibato algún día? La modernización va a parches; un cartel en una de las iglesias del barrio dice: «¿Quieres dar un donativo a la parroquia? Ahora ya puedes hacerlo a través de Bizum».

Jueves, 25. El chaparrón me pilla con un paraguas rojo y ridículo, de baratillo, que me obliga a refugiarme bajo la marquesina de un escaparate. La moda ha traído de vuelta el ‘brilli brilli’ y las lentejuelas, que sin pretenderlo arrastran consigo cierto aire decadente, como de bolerista venido a menos, muy acorde con los tiempos. Las ‘flappers’ también las llevaban cosidas en las faldas. ¿Dónde está el frenesí de los nuevos años 20? ¿Dónde la alegría? Habrá que resucitarla: «Vamos a tocar un rock and roll a la plaza del pueblo, vamos a tocar un rock and roll y nadie nos va a parar».

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