Ágora

Si hay futuro no es haciendo lo de siempre. Sobre aeropuertos y crisis climática

Sorprende que firme estos proyectos un Gobierno que se dice verde y progresista y que va acumulando demostraciones de estar muy por detrás de la conciencia y de las expectativas de sus propios votantes

'La Ricarda', reserva de pajaros, en EL Prat de Llobregat junto al Aeropuerto

'La Ricarda', reserva de pajaros, en EL Prat de Llobregat junto al Aeropuerto / RICARD CUGAT

Íñigo Errejón

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Nunca como hoy en la historia de la humanidad los medios tecnológicos han sido más potentes y desarrollados y sin embargo hoy sentimos que el rumbo del mundo está fuera de control, que simple y llanamente no hay futuro. Tenemos a nuestra disposición literalmente miles de películas y series de ficción y ni una sola de las actuales es capaz de imaginar y representar un futuro mejor. Ni una sola. Eso dice mucho sobre nuestro presente: la sensación de que no tenemos control alguno sobre lo que sea de nuestras vidas y del futuro en común en la Tierra. En este clima cultural se extienden el cinismo, la crueldad y la indiferencia: “¿por qué me debería importar lo que le pase al prójimo o lo que dejemos a las siguientes generaciones si no soy capaz de imaginar un futuro mejor?”. El neoliberalismo en crisis solo es capaz de prometer más aceleración del actual rumbo depredador y, en todo caso, el derecho, para el que pueda pagarlo de, en palabras de Wendy Brown, “comprar su salida de la muchedumbre”. La política de la indiferencia y del sálvese quien pueda.

Hoy las fuerzas que se reclamen democráticas tienen ante sí un inmenso reto. No es gestionar lo que hay. Tampoco es resultar respetables para las fuerzas oligárquicas que trabajan para desmantelar la sociedad y estrechar al máximo la democracia. Es reconstruir la confianza cívica y la esperanza en el futuro. Contentarse con “ir tirando” o hacer las cosas de manera similar a como las haría el adversario es ganar tiempo antes de decepcionar o capitular.

El IPCC hizo público el lunes su ‘Sexto Informe sobre el cambio climático’. Es demoledor. El consenso de la comunidad científica es claro: necesitamos emprender con toda urgencia y contundencia una transición ecológica ambiciosa y drástica para que siga siendo posible la vida tal y como la conocemos. La ciudadanía parece ser cada vez más consciente de que en este reto nos jugamos la posibilidad de que haya futuro. Pero en general cunde la desorientación sobre cómo afrontarla. Sin duda, son necesarios muchos cambios a comportamientos individuales sostenibles, pero es imprescindible que quienes tienen más poder político y económico y, por tanto, pueden marcar la diferencia, den muestras de estar a la altura. Hoy y no en 2050. España debe estar a la cabeza de la transición ecológica con justicia social, por necesidades ambientales propias (somos el país de la UE más vulnerable al cambio climático) por conciencia ecológica de su población y por la oportunidad de innovación y prosperidad económica que supone. Para ello necesitamos un Estado fuerte y responsable, capaz de guiar un amplio esfuerzo público-privado, una ciudadanía convencida y un gobierno valiente.

El Gobierno llena todos sus documentos de referencias “verdes” pero cada vez que tiene que tomar una decisión de calado defrauda esas esperanzas. No es una cuestión de preferencias individuales de grado, de cuánto de verde sea cada cual. Es una cuestión del derecho a tener futuro: se está o no se está a la altura de lo necesario. El Gobierno perdió una gran oportunidad con la Ley de Cambio Climático, con compromisos de reducciones de CO2 muy inferiores a los que le exigían la comunidad científica, las organizaciones ecologistas y las fuerzas políticas verdes, empezando por el Partido Verde Europeo. La gestión de los fondos europeos no ha presentado aún condicionalidades verdes, fiscales y sociales, así que amenaza con ser utilizada para financiar el ‘business as usual’ entre los habituales.

Las anunciadas ampliaciones del Aeropuerto del Prat en Barcelona y de Barajas en Madrid apuntan en el mismo sentido: la economía del ladrillo, del pelotazo, de la subvención para unos pocos y deuda para todos, del desequilibrio territorial que vacía el país porque las infraestructuras van siempre a los mismos sitios, de la destrucción del medio natural, el territorio y la emisión de más CO2.

Seamos claros: ningún aeropuerto es sostenible. En el caso de El Prat se juntan dos razones. A nivel local supone poner en peligro una zona de especial valor ecológico y protegida por la Red Natura 2000 como es el delta del Llobregat. Una zona que ya se ha visto deteriorada por la anterior expansión del aeropuerto y del puerto de Barcelona, motivo por el cual la Comisión Europea ya ha advertido a España. A nivel global, ampliar aeropuertos supone no haber entendido qué significa vivir en tiempos de emergencia climática. La aviación, un medio de transporte que utilizan desproporcionadamente los más ricos, es uno de los sectores que más están aumentando sus emisiones en los últimos años. Ecologistas y partidos verdes de todo el mundo están pididiendo precisamente lo contrario: reducir los viajes en avión, por ejemplo sustituyendo los vuelos por viajes en tren siempre que sea posible.

Sorprende que firme estos proyectos un Gobierno que se dice verde y progresista y que va acumulando demostraciones de estar muy por detrás de la conciencia y de las expectativas de sus propios votantes. El proyecto de ampliación del aeropuerto de El Prat, ya muy cuestionado por el tejido social catalán, es una buena ocasión para corregir el rumbo y demostrar que este gobierno piensa primero en el planeta, en la salud, en el territorio y en el cambio de modelo económico y no repite los errores del pasado. Hacer las cosas como siempre es solo ganar tiempo, entre la decepción de los propios y la agresividad de los contrarios que no se detiene sino que se inflama ante las medias tintas. Corregir el rumbo es complicado y siempre produce ruido. Pero en este caso es lo correcto. Y lanza un mensaje: hay futuro, solo puede ser verde y justo, y el Gobierno va en serio y pasa de las palabras a los hechos. Ojalá podamos acompañar al Gobierno en su corrección. Ojalá no tengamos que estar enfrente.