APUNTE

Los dioses imperfectos

Simone Biles

Simone Biles / EFE / HOW HWEE YOUNG

Antonio Franco

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Simone Biles aporta mucho a la humanización de las grandes figuras del deporte, esas simples personas que los medios de comunicación han tendido a equiparar a unos nuevos dioses contemporáneos. Las empieza a devolver a su sitio. La gente conocida y famosa no tiene por qué ser ni mejor, ni peor, ni igual, ni distinta, que quienes nos rodean, aunque la sociedad mediática les dedica tanto minutaje (para el estricto beneficio de sus televisiones, radios o prensa escrita) vive de rellenar las horas y espacios mostrando individuos, cosas y aspectos que nos tienen que reclamar la atención y parecer interesantes aunque no lo sean. 

La realidad de esas grandes figuras del deporte tiene lecturas menos espectacularidad que las que habitualmente nos llegan. Es posible que Messi sea un avaro acumulador enfermizo de dinero aunque casi nunca nos lo presentan así, Florentino el vanidoso que han grabado las cintas creyendo que su poder y su disimulo le facultan para despreciar a quienes él suele adular, Alonso un resentido incurable porque ya dejó de ganar o Marc Márquez alguien que no sabe vivir sin un 'doping' de adrenalina del riesgo excesivo. Es posible. Pero alguna vez nos llegan certezas: Simone Biles confiesa ser una chica depresiva aplastada por la presión creada por sus propios éxitos y expectativas, algo que le podría pasar perfectamente a usted o a mí si estuviésemos en su piel. 

Sin equilibrio interior

Aunque desde hace muchos años la mayoría de los deportistas de élite ha vivido sin equilibrio interior en su infancia y adolescencia, históricamente las chicas de la gimnasia son de las que lo han tenido peor. Para entrenar mucho más de lo compatible con una existencia más o menos normal en los peores tiempos de los países del Este las militarizaban. Pero las de los países de enfrente no lo tenían mucho mejor: las compraban con la promesa de que podrían vivir toda su existencia a remolque de los éxitos de esa etapa. Unas y otras eran una especie de animales de granja, embebidas además por una mitificación de presuntas patriotas que les era inoculada muchas veces mezclada con anabolizantes.

Llevaban una existencia compleja para intentar conseguir un futuro sencillo. En vez de horrorizarse por lo que cuento hagan el favor de pensar en lo mucho de eso que actualmente todavía persiste con otras formas en el deporte concebido como ascensor social para personas que lo escogen --ellas o sus familias-- teóricamente en libertad, para huir de la pobreza, del anonimato subalterno. Y para destacar en este mundo donde los que no lo consiguen muy difícilmente saldrán de las últimas filas antes de llegar al cementerio. ¿Nunca se han preguntado la razón de que en Europa tengamos un porcentaje tan alto de africanos en deportes que requieren mucho esfuerzo que los de casa no tienen ganas de hacer? Además de las cuestiones sociales tenemos asimismo las políticas: ¿No es también una disimulada explotación a favor del Todo por la Patria lo que se le exige al exhausto Pedri para intentar que la bandera española brille en el fútbol de Tokio por encima de las demás? 

Hipocresía calculada

Los Juegos nos han traído este normalizador reconocimiento público de la depresión de Biles, pero también más hipocresía calculada, como la falta de voluntad de la destacadísima tecnología japonesa para organizar unos campeonatos con alivios importantes ante el calor excesivo y la humedad desnaturalizadora. Pero si lo pensamos bien eso es prácticamente lo único que nos queda de las Juegos Olímpicos de la antigüedad. Quizá nos lo hayan dejado como testimonio o recuerdo.