La lucha contra la pandemia

Hemos vuelto a picar con el covid

Nuestros próximos meses serán duros pero estarán engrasados por una progresiva reactivación

Una chica se vacuna en la Fira, en plaza de Espanya de Barcelona

Una chica se vacuna en la Fira, en plaza de Espanya de Barcelona / ELISENDA PONS

Antonio Franco

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Estamos otra vez en danza con el covid aunque temo que no nos hemos dado cuenta de que ya estamos en una situación completamente diferente a las que hemos tenido anteriormente. España ha entrado en la Nueva Normalidad –por llamarla de alguna manera– que presidirá nuestras vidas durante los próximos meses, y serán probablemente muchos. Blindada la gente mayor a través de las vacunas, esta nueva normalidad se caracterizará por muchos contagios y relativamente hablando pocas muertes porque el daño se centrará en unas franjas más jóvenes y resistentes a las complicaciones de la enfermedad. Pero más allá de las alegrías forzadas, continuará el desastre. Con el fracaso colectivo del bajísimo índice de vacunación de la población juvenil y el cuerpo central de los trabajadores de edad media, no tenemos escape. La vacuna ha bajado a 48 años la media de edad de los hospitalizados, pero en Catalunya en los últimos 10 días los internamientos están creciendo un 33%. De momento, oficialmente nos dicen que eso es más preocupante que grave.

¿Podíamos haber evitado la recaída, o por lo menos podíamos haber reducido esas malas dimensiones del problema? Tal vez. Pero la profundidad del mensaje del espíritu de desobediencia que nos han inculcando en los últimos años desde los mismísimos poderes –no me hagan hablar del concepto de oportunista libertad antimarxista de Ayuso, no me inviten a recordar el “apretad” del nefasto Quim Torra– lo ha convertido en imposible. Ante eso, el péndulo nos devuelve a los cierres intermitentes del ocio nocturno, a los CAP desbordados solicitando ayuda a los hospitales, y a que veamos muchas más mascarillas voluntarias de las esperables. Después de la bochornosa experiencia de los viajes escolares de fin de curso a Baleares, con descomunal inhibición culpable de las autoridades para salvar simples negocietes de unos pocos, y con padres irresponsables respaldando barbaridades de riesgo colectivo de sus hijos, cada uno de nosotros ha llegado a la conclusión de que psicológica y operativamente lo tenemos mal. Mal a pesar de que la inmensa mayoría de los españoles ha tenido un comportamiento impecable.

Existe un gran factor distorsionador respecto al año pasado. El hecho de que los otros países europeos dejen viajar a España a los turistas nos ha quitado el pánico al desplome económico que atenazaba de arriba abajo a nuestra sociedad. No nos podemos hacer idea de lo que sería esta misma situación sin la sensación de que, con imprudencia o no, la locomotora del “más madera que los turistas están llegando” no se hubiese convertido en un rótulo, "Vienen, luego comeremos", equivalente a aquel del "Todo por la Patria" que antes presidía los cuarteles. Llega pasta. Nuestros próximos meses serán duros pero estarán engrasados por una progresiva reactivación.  Al lado de eso, las autoridades y los tertulianos nos venden lo demás –salud incluida– como secundario o relativo. E incluso lo de que el Gobierno central continúe trasladando a las autonomías la primera línea del frente contra la pandemia empieza a entenderse por todo tipo de personas como resultado de que este es nuestro modelo –diferente– político, lo que es un gran avance.

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