Centenario del genio del tango
La luz del entendimiento
Del primero de los tres encuentros entre Astor Piazzolla y Jeanne Moreau salió la que para mí es la obra más redonda del músico argentino
Silvia Cruz Lapeña
Periodista y Jefa de Actualidad en Vanity Fair
Silvia Cruz Lapeña
Fue el padre del nuevo tango porque se negó a hacer las cosas como se habían hecho siempre. Yo me topé con él como tanta gente, escuchando su ‘Libertango’, en el que hallé cosas que ya me sonaban muchísimo. No de ese mismo género sino del flamenco. No era nada musical, lo que noté fue un pulso: el de quien va a contracorriente. Los más puristas llegaron a insultarle por la calle y a llamarle “asesino del tango”, pero la lucha de Astor Piazzolla no fue, como casi ninguna de las que se libra en la cultura, ni encarnizada, ni cambió el mundo. Eso sí, como le pasó con lo jondo a Enrique Morente, le dio alas a lo que tocaba.
Este año se celebra el centenario de su nacimiento y Europa lo recuerda con una ristra de actuaciones de todos los estilos musicales que están teniendo y tendrán lugar durante 2021 por la mayoría de capitales, por muchas ciudades e incluso por bastantes pueblos. Tiene sentido porque este continente fue su casa de acogida y en París fue alumno de Nadia Boulanger, la mujer que formó a tantos músicos tan relevantes y tan diversos: sin ir más lejos, fue la maestra de composición de Quincy Jones.
¿Le marcó Francia a Astor Piazzolla, le influyó vivir en Roma? La obra de un artista no es su vida. No, no lo es, es un reflejo a veces del mundo y sus destellos, o del mundo y sus miserias, que pueden ser, o no, también las suyas. Pero conocer esas existencias nunca sobra y a mí me encantó saber cómo fue su relación con Jeanne Moreau, con quien compartió una de sus incursiones en el cine como creador de bandas sonoras. Para ella y su debut como directora compuso el argentino una maravilla titulada ‘Suite Lumière’.
Fue en 1975. Ella tenía 46 años y él, 53. Como actriz, Jeanne Moreau no tenía ya que demostrarle nada a nadie. Él vivía en Italia, país donde nació una de las compañeras de reparto de Moreau en esa cinta: una Lucía Bosé que intentaba volver al cine tras su divorcio de Luis Miguel Dominguín. ‘Lumière’ es una historia de actrices que habla de la libertad de las mujeres, una reflexión con la que Moreau echó la vista atrás sobre su vida. Y no, tampoco esa obra vale como biografía de la estrella gala, pero también hay cosas en ella que hablan de Moreau y de una forma de pensar sobre sí misma y las demás mujeres, una forma que contempla el lamento y la culpa, pero los trasciende, y busca la luz. ‘La luz del entendimiento’, como cantaba la Niña de los Peines, una luz que supo captar Piazzolla a la perfección. “Bandoneón, bandoneón, bandoneón”, le pidió ella, y él se lo dio.
A la primera reunión que le propuso, en Saint-Tropez, él no acudió. Así que el escenario tuvo que ser París unas semanas después. Jeanne Moreau se esmeró en convencerlo y lo llevó a pasear por los Campos Elíseos, comieron en un restaurante de la Rue du Cirque y luego fue con él a varias tiendas de discos donde la actriz le regaló al tanguero uno de otro heterodoxo: el violinista Jean-Luc Ponty.
¿Pasó algo entre ustedes?, le preguntó a Piazzolla el autor de sus memorias, Natalio Gorin. “No soy un deportista del amor”, replicó él, algo molesto porque todo el mundo diera por hecho que tenía que, al menos, haberla besado aquel día que acabó en una noche que pasaron juntos casi entera y “solo” escuchando música.
Claro que pasó algo entre ellos. Como Moreau contó más tarde, ella y el músico solo se vieron un par de veces más en la vida. Ninguna dio lugar, ni tono para un beso, y eso generó cierta decepción en el entorno. Como si fuera poco que de la primera cita saliera la que, al menos para mí, es la obra más redonda de Piazzolla. Sé que decir eso es decir mucho, sobre todo teniendo en cuenta que de sus manos salieron más de 3.000 composiciones. Pero ‘Soledad’, ‘Muerte’, ‘Lumière’ y ‘La evasión’, los cuatro movimientos que componen esa suite son bellos solos, y lo son aún más acompañando a Moreau, a quien le bastan los ojos para decirlo todo en esa cinta.
En el segundo movimiento, el de la muerte, se escucha un toc-toc-toc constante: no es un error, ni un fallo de grabación, ni ruido vacuo. Fue el empeño de Piazzolla en recrear el palpitar de un corazón. La misma luz, quizá esperanza, que se palpa en el debut como directora de Jeanne Moreau.
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