Catalunya y España

Rebajar la gesticulación

El secesionismo debe acompañar a los constitucionalistas no sectarios para intentar poner cimientos para algo. Ese es su desafío, su oportunidad

El presidente del Gobierno Pedro Sanchez recibió esta tarde al President de la Generalitat Pere Aragones en el Palacio de la Moncloa

El presidente del Gobierno Pedro Sanchez recibió esta tarde al President de la Generalitat Pere Aragones en el Palacio de la Moncloa / DAVID CASTRO

Antonio Franco

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Cuando las cosas están como están sería útil que en la política catalana hubiese un poco menos gesticulación, de la que todos estamos tan cansados. Y más de cálculo realista, del que asimismo la mayoría es partidario. La grieta entre las autoridades españolas y las catalanas es profunda, la conocemos todos, nadie la oculta, nadie la disimula por la matemática casi diabólica que la sustenta. Tras fracasar dando patadas estériles contra el muro, el mejor paso que ha hecho la esfera independentista para cambiar la dinámica tras las elecciones ha sido fijar un plazo de dos años para ver si es posible avanzar en alguna dirección. Las posturas son completamente antagónicas: referéndum de independencia o nada, o el hallazgo de una fórmula constitucional que permita cierto encaje mejor, que pueda acabar siendo aceptable para ambos lados. Por lo menos, dando tiempo a que evolucionen las cosas en la dirección que sea dentro de Catalunya y en el conjunto del Estado.

Va a ser difícil regresar a una convivencia diplomática normal de un día para otro, después de tanto trauma. Pero son sustantivos los esfuerzos de Pedro Sánchez para recomponerla, a través de unos desgastadores indultos en los que ha arrastrado a parte de la opinión pública del resto del Estado. Al pasarse de lado la CEOE y los obispos, hasta ahora inmóviles junto a Pablo Casado, señalan que hay camino. Y los pasos de Pere Aragonès --entre recelos de sus propios radicales-- para abrir con habilidad contactos personales como los de estas dos últimas semanas, sin concesiones protocolarias pero sabiendo estar en su sitio, también. 

Pero mientras no rebajaba la dignidad de su cargo a su alrededor, especialmente desde Junts, ha persistido el alto grado de gesticulación farragosa, a través de una mentira que responde a un mal cálculo: el que se le puede pedir cualquier cosa a Pedro Sánchez, aunque no esté en su mano concederla. Estos dos años el secesionismo necesita comprender que, para no tirarse un tiro en el pie, debe contribuir a los movimientos evolutivos de la mitad o un tercio de los españoles --especialmente de la periferia-- respecto al modelo de Estado, rebajando su nivel de desplantes verbales, sin dar armas fáciles al ala radical del PP, los electores de VOX y las desbarradas erráticas de Ciudadanos. Temas delicados como el Tribunal de Cuentas, la reelaboración del concepto del delito de sedición, la financiación autonómica y la delicada distribución de los fondos europeos serán mucho más difíciles de encarar por la pequeña mayoría gubernamental de Madrid, si desde aquí persiste el espíritu que irónicamente ha descrito el escritor Albert Soler, al referirse al montaje de un posible parque temático continuo indepe de los excarcelados intentando vivir políticamente de él u organizando representaciones con Jordi Cuxart subido encima de un coche, dando discursos a quienes ya los conocen. Una cosa es defender principios y otra entorpecer por entorpecer los pocos puentes de que disponemos. Sin reconocerlo, si quieren, pero el secesionismo debe acompañar a los constitucionalistas no sectarios para intentar poner cimientos para algo. Ese es su desafío, su oportunidad. Si quiere llegar a alguna parte compatible con una solución, claro.

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