Indultos del 'procés'
Fatalismo y Gracia
Los favorables al indulto, que han eludido su propio código ético, incumplido las promesas electorales y hurtado el debate parlamentario, se pueden encontrar con demandas de imposible satisfacción
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Manifestación en Colón / EL PERIÓDICO
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Luis Sánchez-Merlo
Luis Sánchez-Merlo
A juzgar por el conteo (25.000 según el Gobierno, 125.000 para el Ayuntamiento) de los renuentes a los indultos, concentrados en la reserva natural de Colón, cabría pensar que Madrid se expresa más en las urnas que en la calle.
Ausente por prescripción médica, Fernando Savater. Protagonista destacado, Andrés Trapiello: «Este es un acto moral y político. No hay mayor utilidad pública que decir en público lo mismo que decimos en privado: no a los indultos». Con tres barones populares escaqueados, para evitar la temida foto y una vana interpelación por parte de quien es posible que desconozca que el jefe del Estado ejercerá el derecho de gracia con arreglo a la ley.
Desde aquel Sábado Santo en que, contra viento y marea, Adolfo Suárez legalizó el partido comunista, hombrada ineludible para continuar empedrando la democracia española y quizá concausa de su eclipse, no se había producido una discusión como la que está en marcha.
Planteada por el presidente del Gobierno como apuesta necesaria e inevitable: "Hay un tiempo para el castigo y un tiempo para la concordia"; la oposición, sorteando la lírica, ha empleado el punto gatillo: "Intenta salvar un problema personal, convirtiéndolo en un problema de Estado".
Al debate en marcha le viene como anillo al dedo el fatalismo, según el cual el mundo y la vida del hombre están sujetos a lo inevitable, lo desfavorable o lo que disponga el destino. Con el efecto invariable de causar fisuras y terminar abatiendo al artífice.
Para remozar las bondades del indulto, se invoca la razón perezosa, interesado recordatorio de conductas resignadas, que no acertaron a cambiar el curso de los acontecimientos, por una mezcla de galbana y flojera, siempre enfeudada a la comodidad.
Y para entender a quienes no fueron a Colón, siguiendo los pasos de quienes se abstuvieron en las recientes elecciones catalanas, habría que recurrir a esa sociedad inerte, que esquiva la presencia, valiéndose de coartadas (caza, pesca, golf, mar, montaña), para dejar intactas las expectativas en la rifa de los fondos europeos.
Los informes de la Fiscalía y el Supremo contrarios a los indultos, convertidos en un trámite más, han sido recibidos con erróneo desdén. El impulsor de las medidas de gracia ha asegurado que estas se valorarán pensando en la concordia y la magnanimidad, evitando la venganza y la revancha. Para blindar la legalidad, al Gobierno no le quedará otra que echar mano, como salvoconducto, de la utilidad pública.
Llegados aquí, puede resultar inútil indagar sobre aquello que se sabe, porque ya se conoce: abordaje a la Constitución, liviana declaración de independencia, controvertida sentencia de la ensoñación, prisión mitigada, mayoría secesionista, Gobierno monocolor y, pendiente: la mesa de negociación, con dos antelaciones: amnistía y autodeterminación.
Los refractarios, que siguen sin proponer rutas alternativas a la cuestión catalana y no han conseguido arrancar un debate a fondo sobre este asunto nuclear, dejan una sensación de intransigencia frente a cualquier demanda nacionalista
¿Está previsto que se sienten en la mesa el 50% de los catalanes que se consideran también españoles? ¿No sería preferible que fueran partidos, en lugar de gobiernos?
Del mismo modo, es inútil investigar aquello que no aparece, aunque se suponga: pactos, promesas, gestos a media luz; cesiones, ceses y purgas de actores incómodos, a la medida.
El reiterado propósito de reincidencia, solo quebrado por una carta -en el minuto 90- del líder republicano, obviando imprecaciones anteriores, dando por bueno el vehículo del indulto y anunciando la renuncia temporal a la inviable vía unilateral ¿quiere decir que, en la práctica, equivale a renunciar a la autodeterminación?
En sociedades políticamente inmaduras, en que el desquiciado relativismo va carcomiendo nuestras sociedades; el prejuicio juega un importante papel, al defender modos de razonar y actuar alejados de criterios sanos, fruto de un análisis defectuoso, lo que lleva a un entendimiento aparente que acaba distorsionando la verdad.
Los favorables al indulto, que han eludido su propio código ético, incumplido las promesas electorales y hurtado el debate parlamentario, se pueden encontrar con demandas de imposible satisfacción.
Los refractarios, que siguen sin proponer rutas alternativas a la cuestión catalana y no han conseguido arrancar un debate a fondo sobre este asunto nuclear, dejan una sensación de intransigencia frente a cualquier demanda nacionalista.
Seguiremos atentos a un asunto divisivo y visceral, para efímera gloria de vanidosos para quienes su mayor aliado son los complejos y el miedo.
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