Ágora

El modelo económico de Colau y el Hermitage

El veto al museo glosa la forma de hacer del ayuntamiento de Ada Colau, que no es otra que la arbitrariedad

Ada Colau visita el barrio del Besós

Ada Colau visita el barrio del Besós / RICARD CUGAT

Ignasi Contreras

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Desde la llegada de Ada Colau a la alcaldía de Barcelona, hace seis años, hemos contemplado cómo la ciudad ha sido sometida a una profunda transformación económica. No se trata de una actuación que responda a una planificación estructurada y que haya tenido una vocación de reconversión de los sectores poco competitivos. Tampoco ha pretendido reducir las ineficiencias y externalidades de las actividades económicas tradicionales para garantizar mejores condiciones para los trabajadores, y mucho menos ha participado de una voluntad transformadora que permitiera evolucionar y sustituir unas actividades económicas por otras nuevas o reducir desigualdades. Todo lo contrario, la política económica de Barcelona en Comú solo ha tenido un objetivo único: limitar y poder ser eliminar aquellas actividades y / o proyectos que no son de su gusto y por extensión limitar la actividad económica en general.

Podemos poner muchos ejemplos, la lista es larga, desde el Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT), hasta la ampliación del Aeropuerto del Prat, pero seguramente el veto de Colau y los suyos al Hermitage es el que mejor glosa esta forma de hacer, que no es otra que la de la arbitrariedad.

La arbitrariedad nos lleva a la absoluta inseguridad jurídica y otras prácticas, como el clientelismo y la restricción a la libertad de empresa y la libre competencia, todas ellas de consecuencias funestas para el desarrollo económico, así como la capacidad para poder atraer inversiones que generen nuevas oportunidades para las personas.

Y aquí es donde el caso del Hermitage es ilustrador: una inversión íntegramente privada, que atrae la atención de capital extranjero para invertir en el sector cultural, que creará 400 puestos de trabajo, un centro de producción propio y un proyecto docente y educativo totalmente transversal y dotado de una clara vocación local, que además ha sido capaz de generar una adhesión absoluta dentro de la sociedad civil (cerca de 90 entidades suscriben un manifiesto de apoyo), así como de los vecinos de la Barceloneta y, sobre todo, ha sido tramitado con estricto respeto a la legalidad y ha superado todos los trámites de publicidad y competencia de ofertas.

Para intentar vestir de legalidad la decisión tomada, desde el equipo de gobierno municipal apelan a un presunto derecho de veto que, dicen, les otorga el artículo 6.1 del Plan Especial de la Nueva Bocana, aprobado por el propio consistorio en marzo de 2018. Interesado por saber si es posible que una norma de planeamiento pueda dar cabida a una potestad como esta, he leído el referido artículo, que dice: "En cuanto al uso cultural del Edificio Central: si el edificio se destina a un proyecto cultural, la APB deberá pedir, previamente a su desarrollo, la conformidad expresa del Ayuntamiento de Barcelona, la cual deberá quedar patente en un convenio específico entre ambas instituciones".

Según explican expertos conocedores de toda la tramitación y, tal como indica el artículo 6.1, el puerto previamente al desarrollo del proyecto pidió (enero de 2019) la conformidad expresa del Ayuntamiento de Barcelona, y este le respondió (marzo 2019) indicando que se desarrollaran todos los trámites de otorgamiento de la concesión para poder posteriormente formalizar el convenio.

La factura económica que nos dejará a los barceloneses en forma de responsabilidad patrimonial ya se verá más adelante, así como el coste de tener un solar inutilizado durante muchos años por la segura judicialización a la que conducirá la posición adoptada por los que quieren imponer sus soluciones, incluso contra la voluntad de los compañeros de gobierno y la mayoría del consistorio.

Si a los motivos expuestos añadimos el impacto negativo del covid-19 en la economía de la ciudad, la llegada del Hermitage a Barcelona no puede ser más que una muy buena noticia para intentar reactivar tanto el sector cultural como el sector turístico, especialmente afectados.

Finalmente, mi reconocimiento y agradecimiento a los inversores del Hermitage Barcelona, porque ante tanta adversidad, y después de nueve años, todavía perseveren en su intento. Por el bien de la ciudad los animo a seguir intentándolo, ya que la mayoría de barceloneses sí están ilusionados con el proyecto.