Nueva normalidad

De terraza en terraza

Es el tiempo y no el Procicat el que nos ha impedido disfrutar a tope de una larga y tranquila sentada al aire libre durante la primavera

Una joven fuma al lado de una serie de terrazas, en Barcelona

Una joven fuma al lado de una serie de terrazas, en Barcelona

Josep Maria Pou

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Es una pena que la primavera no esté dispuesta a colaborar como debiera. Solo con que ella se implicara un poco más, este ensayo general de la vuelta a la normalidad en el que andamos ahora, resultaría mucho más brillante y satisfactorio. Pero es lo que tiene la primavera: que es voluble por naturaleza. De ahí, esas temperaturas tan dispares. Fresco el primer contacto con la mañana, caluroso el mediodía, en esa hora agobiante del ir y venir de todas las gestiones, un amago de lluvia a media tarde, y fresco de nuevo, a las últimas del sol, un fresco con relente que, pasado de fresco, se hace llamar frío. Todo ello, con el añadido del viento, que circula siempre a velocidad excesiva y se arriesga, el muy gamberro, a hacer trompos en todas las esquinas.

Les confieso que una de las cosas que más he echado de menos en ese tiempo de restricciones han sido las terrazas de los bares. Y con ellas, el encuentro, la tertulia

Este es el panorama de la ciudad justo ahora en que, por fin, han abierto las terrazas al completo (con algunas limitaciones todavía en cuanto a distancia y ocupación), generando un impulso irreprimible de salir a la calle y ponerle fin a la añoranza. Es una pena, pues, que la primavera venga, este año, tan pejiguera, y que sea el tiempo y no el Procicat el que nos impida disfrutar a tope de una larga y tranquila sentada al aire libre. Les confieso que una de las cosas que más he echado de menos en ese tiempo de restricciones, dejando de lado lo tocante (palabra pocas veces tan oportuna) al asunto del físico, han sido las terrazas de los bares. Y con ellas, el encuentro, la tertulia, el desayuno prolongado en el tiempo que llenan los periódicos, el apurar la cena hasta la hora del cierre, el despedirse: "¿Pillamos un taxi? No, nosotros vamos andando. ¿Volvemos el jueves? Llámame y lo vemos".

Cierto es que algunos bares y restaurantes se atrevieron, valientes, a sacar unas pocas mesas a la calle y bajarlas, incluso, a la calzada (con permiso de la municipalidad, por supuesto). Pero esos veladores solitarios, fuera de su espacio natural, no hacían sino aumentara mis ojos el efecto de excepción y acentuar la tristeza del ambiente.

Por eso hay que aplaudir ahora la lucha continua, tenaz, incansable del "Gremi d'Hostaleria" en favor de su derecho al trabajo y de la propia supervivencia, y en contra de tantas restricciones, que a muchos nos parecían excesivas y poco o nada justificadas. Ha sido el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya el que, aceptando las medidas cautelares solicitadas por los restauradores y aplicando un evidente correctivo a los gobernantes, ha venido a calificarlas de "desproporcionadas y arbitrarias". Más claro, agua.

Me entusiasman las ciudades pespunteadas de terrazas. Termino de escribir este artículo -la chaqueta cerrada hasta el cuello, el cuerpo encogido por el frio, los dedos torpes sobre el teclado-, un domingo por la tarde, sentado en una terraza. Y es muy posible que alguno de ustedes lo está leyendo un lunes por la mañana, sentado bajo un sol radiante, en otra terraza parecida. Porque así van también los abrazos. De terraza en terraza.

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