Exceso de oferta

No me da la vida para ver tantas series

La angustia por no llevar un buen ritmo de consumo de series tiene hasta nombre: FoMO, acrónimo en inglés del 'miedo a quedarse fuera de onda

'Devs', 'The mandalorian' y 'Gambito de dama', tres de las series más votadas

'Devs', 'The mandalorian' y 'Gambito de dama', tres de las series más votadas / El Periódico

Elena Neira

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La lista de series de televisión que tengo pendientes aumenta cada día. Y, a juzgar por lo que me traslada la gente de mi entorno, no estoy sola. Ver una serie se ha convertido en una pesada obligación, ya sea un éxito reciente como 'Gambito de Dama' o 'Lupin', series imprescindibles que se te escaparon cuando se emitieron en televisión como 'El Ala Oeste de la Casa Blanca' o 'Lost' (y que ahora tienes completas en distintas plataformas) o una serie pequeña, deliciosa e imprescindible, que casi siempre está justo en la plataforma que no tienes… Programamos nuestro ocio bajo demanda y configuramos nuestro entretenimiento a medida con contenido procedente de multitud de servicios. El 'prime time' ha muerto ¡viva el 'my time'!

En mi caso la lista interminable de series que tengo que ver ha derivado en complejas planificaciones que intentan componer algo así como una parrilla para optimizar el tiempo de que dispongo. La serie semanal, al día siguiente de su estreno, las 'sitcoms', para las comidas y las cenas; las que enganchan, los fines de semana, para poder ver varios capítulos, y los clásicos, para hacerme compañía mientras cocino, viajo o corro en la cinta. No es fácil. De hecho, la angustia que me invade cuando siento que no llevo un buen ritmo de consumo de series (porque sí, ahora las series ya no se ven, se consumen como si se tratase de un bien perecedero) tiene hasta nombre: FoMO, acrónimo en inglés del “miedo a quedarse fuera de onda”. El FoMO ya se puede considerar uno de los grandes dramas del primer mundo. Y en el terreno de las series lo padece el periodista que se dedica a la crítica, el seriéfilo 'amateur' y hasta el espectador medio inclinado de manera natural hacia el audiovisual, ese al que antes acompañaba la pequeña pantalla y ahora la multiplicación de oferta disponible le ha puesto en bandeja una oferta amplísima y diversa (e infinitamente más cómoda). 

La expresión 'burbuja audiovisual' comenzó a utilizarse cuando se hizo muy evidente que el suministro de contenido había dejado de respetar las reglas básicas de la oferta y la demanda. Antes las series se producían y se estrenaban por la lógica de la televisión. Había que llenar de programas para un puñado de canales y un número limitado de horas de emisión. Semana a semana, dichos programas tenían que demostrar que lograban concentrar suficientes espectadores para garantizar su continuidad. Cuando eso no sucedía, se cancelaba. Era bastante simple. 

Las plataformas de 'streaming' han reemplazado la contraprogramación con la superprogramación

Pero con el 'boom' de las plataformas de 'streaming' surgieron unos intereses bien distintos. Hablamos de servicios de pago en los que el beneficio está directamente conectado al precio de la tarifa que pagamos, mes a mes. Por eso el éxito de sus programas se mide de otra manera: en horas totales de visionado y en altas de nuevos clientes. No tener que superar un examen semanal para demostrar que el contenido interesa a la audiencia explica su frenético ritmo de producción. Lo que buscan, en última instancia, es alcanzar un flujo constante de estrenos que generen largas sesiones de visionado (los famosos maratones). Mantener, en definitiva, el interés del cliente. Han reemplazado la contraprogramación con la superprogramación, y pelean por el bien más valioso y esquivo que podemos ofrecerles: nuestra atención. 

Yo ya comienzo a padecer las consecuencias de esta suerte de bulimia audiovisual. Cada vez me cuesta más elegir qué ver. Se conoce con el nombre de fatiga de decisión y, al parecer, es un síndrome muy común cuando nos enfrenamos a selecciones de contenidos tan amplias que provocan que nuestro cerebro se bloquee. Otro efecto colateral, este ya más preocupante, es que cada vez me cuesta más recordar el contenido que vi hace apenas unas semanas, como si la velocidad a la que digiero las series fuese inversamente proporcional al poso que consiguen dejarme. También me he dado cuenta de que, últimamente, tengo una inclinación natural a priorizar las miniseries, porque las series con muchas temporadas me dan una pereza infinita.

Sencillamente hay demasiado contenido audiovisual para que un ser humano con ocupación y vida personal pueda gestionarlo sin dedicarle un número irracional de horas. O sin convertirse en lo que yo soy ahora: una espectadora reacia a los compromisos largos, olvidadiza e indecisa

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