Derechos humanos y confinamientos

Vacunación y realismo mágico

La enorme mayoría ha optado por seguir las directrices de los poderes públicos a rajatabla, tanto una orden como la contraria

Vacuna de Pfizer contra el COVID

Vacuna de Pfizer contra el COVID / Alvaro Monge

Jordi Nieva-Fenoll

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Mucho tiempo después, ante una situación absurda e incomprensible, el ciudadano corriente había de recordar aquella mañana remota de invierno en la que en algún aula de su escuela, entre el olor del frío, los madrugones, los resfriados y los bocadillos, un maestro le había hablado de derechos humanos. Fue una mañana fugaz en la que nadie entendió nada. La explicación pretendió ser apasionada, pero fue escuchada como una salmodia más de aquellas clases que se pretendían magistrales en las que solo podía hablar el maestro, o cualquier preadolescente con su compañero de al lado sin que le vieran. La información después fue memorizada superficialmente para el examen y hubo la suerte de que aquel tema tan desagradable no fuera preguntado.

 Con el devenir de los años, la expresión 'derechos humanos' era una de aquellas muchas que la gente decía cuando quería tener razón en una conversación, sin importar lo que se defendiera, y habitualmente sin precisar a qué derecho en concreto se estaba refiriendo quien hablaba. En realidad, quien tomaba la palabra no sabía nunca muy bien de qué estaba hablando, sino que simplemente pretendía imponerse en la conversación.

Un mal día vino una pandemia, ante la que todo el mundo se sobrecogió, incluidos los gobernantes. Nadie sabía qué hacer, por lo que la enorme mayoría optó por seguir las directrices de los poderes públicos a rajatabla. Algunos recordaron que no es posible restringir radicalmente la libertad de circulación, e incluso en cierta medida la de movimiento ordenando lo que en la práctica fueron arrestos domiciliarios sin mediar ninguna persecución penal. No faltó a quien le parecieron excesivos los cierres de negocios. Y algunos pocos protestaron por exigirse el uso sistemático de la mascarilla en situaciones de imposible contagio, tras haber afirmado reiteradamente durante semanas que su uso era inútil incluso en espacios cerrados.

Hemos sido víctimas de caprichos y atropellos innumerables que algunos ciudadanos incluso han notado en forma de multas demasiadas veces ilegales

Pero la mayoría obedeció una orden y la contraria. Se asumieron los cierres intermitentes de actividad que impedían hacer a los comerciantes una planificación económica mínimamente razonable. Incluso los ciudadanos ayudaron a que se ejecutaran las normas llamando la atención a quien no las observaba a rajatabla, hasta en situaciones nimias. Indignaron mucho aquellas pocas fiestas multitudinarias de fin de año, aunque muchos de los que se enfadaban habían celebrado diversos encuentros privados al límite de la norma o sobrepasándola ampliamente. Igual que los que aprovecharon las redes sociales para encontrar parejas a quienes no conocían. Todos se indignaron. Al fin y al cabo, los gobiernos descargaban la responsabilidad de los contagios en el comportamiento de la ciudadanía, y era la propia ciudadanía quien se encargaba de difundir ese mensaje autoinculpándose.

Llegó el día del inicio de la vacunación, que ya obviamente era responsabilidad exclusiva de los gobiernos, y no de la gente, que en un acto de valentía y confianza sin precedentes se mostró mayoritariamente dispuesta a inocularse lo que les dijeran con tal de salir de una vez del infierno. Pero las vacunas, aunque estaban disponibles, no llegaban con la rapidez necesaria por fallos garrafales en la planificación.

Entonces, algunos que permanecieron meses y meses callados, se volvieron a acordar de los derechos humanos, y exigieron su cumplimiento. Habían considerado una irresponsabilidad denunciar su vulneración hasta que hubo vacunas, como si hacerlo fuera una especie de difusión del derrotismo en tiempo de guerra. Ahora empiezan a hablar y ojalá lo sigan haciendo. Hemos sido víctimas de caprichos y atropellos innumerables que algunos ciudadanos incluso han notado en forma de multas demasiadas veces ilegales, pero que igualmente fueron impuestas, ante el aplauso de la mayoría. A muchos les pareció que solo la mano dura podía luchar contra una pandemia en democracia. En democracia.

 Pido perdón por haber parafraseado a un premio Nobel inmortal, pero visto en su conjunto, lo que hemos vivido y aún viviremos lo podría haber contado el referido maestro del realismo mágico, o Saramago. Hasta lo podrían haber narrado Berlanga o Buñuel. Tal vez Dalí lo hubiera pintado con ironía o Picasso en un mural en blanco y negro. La idea es que no pase desapercibido para que no vuelva a ocurrir.

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