ANÁLISIS
Sáhara Occidental, ¿guerra total?
Solo queda por ver cuánto tiempo es capaz de aguantar un pueblo de muy probada resiliencia hasta que entiendan que su sueño de un Estado propio no tiene cabida
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Que los saharauis han sido abandonados a su suerte es tan cierto como que el derecho internacional ampara sus reclamaciones. Y los recientes sucesos en El Guerguerat –desde el 21 de octubre, con el bloqueo del tráfico terrestre por parte de civiles saharauis, hasta el pasado día 13, cuando Rabat llevó a cabo el desalojo por vía militar, y la declaración saharaui de “guerra total”, al día siguiente– sirven nuevamente de ejemplo.
A estas alturas está claro que ni la ONU ni los países del Grupo de Amigos (EEUU, Rusia, Reino Unido, Francia y España) van a poner en peligro sus vínculos con Rabat, jugándosela por los saharauis. Eso supone que el tiempo corre a favor del plan marroquí de ampliar su soberanía a lo que denomina “provincias del sur”. Como resultado de un cálculo interesado, Rabat aparece (también para España) como un socio relevante tanto en la lucha contra el terrorismo yihadista como en la represión del narcotráfico y los flujos de población. Por el contrario, los saharauis han ido quedándose sin apoyos internacionales (incluyendo a Argelia), con apenas una treintena de países que aún reconocen la RASD y con su causa básicamente limitada a una cuestión humanitaria, más que política. Eso ha permitido a Marruecos imponer que la MINURSO no tenga competencias en materia de derechos humanos, y que ya no se hable de referéndum sino de “arreglo entre las partes”.
Material obsoleto
A eso se une que, en términos militares, la relación de fuerzas es abrumadoramente favorable a Marruecos –con más de 100.000 efectivos militares desplegados a lo largo de los 2.700 kilómetros de unos muros que le permiten controlar el llamado “Sáhara útil”–. Los saharauis, en cambio, apenas cuentan hoy con un material obsoleto y no tienen ningún apoyo sustancial que les permita desarrollar un esfuerzo bélico que afecte a los intereses vitales de Marruecos.
En esas condiciones, aunque se pueda entender su intento de llamar la atención internacional, el llamamiento a la guerra por parte del Frente Polisario suena más a un esfuerzo por evitar el desbordamiento de su limitada autoridad frente a una población enormemente frustrada por el deterioro de sus condiciones de vida y que se muestra crecientemente crítica con su gestión, que a un verdadero convencimiento sobre su posibilidad de victoria. De ahí que su pomposa declaración de guerra total resulte no solo anacrónica sino condenada al fracaso, con el añadido de que puede suponer más vidas humanas perdidas sin sentido.
España, de perfil
Que, como tantas veces antes, España vuelva a ponerse de perfil y que todo se reduzca a una repetición de llamadas a la contención, es no solo una clara señal de la ventaja que disfruta Marruecos, sino también de que las relaciones internacionales no se guían por la defensa del derecho internacional y de los derechos humanos. Desgraciadamente, solo queda por ver cuánto tiempo más es capaz de aguantar en la ‘hamada’ argelina un pueblo de muy probada resiliencia hasta que entiendan que su sueño de contar con un Estado propio no tiene cabida.
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