IDEAS

Hipnotizado por la dama

Quien saca más partido del combate entre el silencio exterior y la tormenta mental del jugador de ajedrez es Walter Tevis en 'Gambito de dama', ahora convertida en miniserie

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Jordi Puntí

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A menudo pienso que debe ser muy difícil escribir una novela con un futbolista como personaje principal, sobre todo si se trata de una vida inventada. Me explicaré. En algún momento, a lo largo del relato, el autor describirá al protagonista en acción —en una jugada, chutando a portería—, y es probable que el lector se lo imagine de forma distinta. Se pueden dar pistas del estilo, o una referencia real — “regatea con la ligereza alegre de Ronaldinho”—, pero es difícil capturar el carácter espontáneo del fútbol, ese elemento instintivo, y por ello el resultado será casi siempre artificial. Esta dificultad para traducir el fútbol en ficción es aun más evidente en el cine: las películas que recrean un partido suelen tener un aire falso, donde los jugadores sobreactúan y solo el montaje permite cierta verosimilitud.

En las antípodas de esta idea hay, me parece, el ajedrez. Un deporte —¿es un deporte?— tan cerebral, mentalmente agotador, con una escenografía quieta y unas normas fijas, donde la imaginación está reservada a los entendidos, ha dado pie a páginas excelentes. Pienso en la 'Novela de ajedrez' de Stefan Zweig, claro, pero también en 'La defensa', de Vladimir Nabokov; 'El tablero ante el espejo', de Massimo Bontempelli; 'El llarg viatge de A.', de Francesc Serés. Quizá quien saca más partido del combate entre el silencio exterior y la tormenta mental del jugador es Walter Tevis en 'Gambito de dama'. Sin grandes exhibiciones de estilo, Tevis era un maestro a la hora de combinar la descripción precisa del juego con las intrigas vitales y las excursiones psicológicas. Se podía apreciar también en su novela 'El color del dinero', vertida al cine por Martin Scorsese. Ahora Netflix ha adaptado 'Gambito de dama' en una miniserie muy vistosa. El guion sigue la novela con toda fidelidad, incluso aceptando el punto repetitivo de la historia de la niña prodigio del ajedrez, con todos sus demonios, y el resultado es notable. Una buena parte de la filmación nos la muestra jugando decenas de partidas, la vemos ganar y perder de todas las formas posibles —sobre todo ganar— y no nos cansamos. Al contrario: la dama nos hipnotiza y llegamos a creer que entendemos su mundo.