DOS MIRADAS
Connery
Allí donde voy a buscar la esencia de Connery es en aquellas historias donde su personaje muere
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Josep Maria Fonalleras
Audrey Hepburn, la Marian que ha entrado a monja, confiesa a un descreído y triste Sean Connery que le había costado mucho, a lo largo de todo el tiempo que estuvieron separados, alejarse de las pasiones y vivir en paz, sin pensar en él, en el Robin Hood que ya se ha hecho mayor. La película, arrebatada y melancólica, termina con otra confesión, la del amor desaforado de Marian por Robin, cuando ambos están a punto de morir, lejos de su efervescencia juvenil, convencidos de haber vivido el último día de sus vidas.
Dejando de lado las más populares, las de aventuras y espionaje, allí donde voy a buscar la esencia de Connery es en aquellas historias donde su personaje muere. Hay unas cuantas. A veces no se ve –como en ‘Descubriendo a Forrester’– y en ocasiones es un final heroico, es decir, inútil y elegante, como en aquella locura exótica del hombre que pudo reinar. Es en estas escenas crepusculares, cuando aún no ha anochecido, pero es ya inevitable la oscuridad, cuando el viejo Connery se eleva. O cuando, en 'El nombre de la rosa', hace un guiño a esas lejanas palabras de Hepburn: “Qué pacífica que sería la vida sin amor, segura y tranquila. Y qué insulsa sería”.
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