Análisis
Segunda ola: ¿cuándo aprenderemos a hacer las cosas mejor?
Culpar a las víctimas de la situación es, en el mejor de los casos, un atajo para ocultar algo que no ha estado del todo bien hecho
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Terrazas y gente de paseo en Sabadell, este lunes. / periodico
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Fernando G. Benavides
Catedrático de Salud Pública de la UPF.
Fernando G. Benavides
En 'La Peste', Camus ya nos avisaba del cansancio, desánimo y desesperación que se producen entre los ciudadanos tras meses de encierro y aislamiento para hacer frente a una epidemia a la que la ciencia no acaba de encontrar una solución definitiva. Posiblemente estos sean los sentimientos compartidos por una gran mayoría de los ciudadanos, tras escuchar las noticias de nuevas medidas que limitan otra vez nuestra movilidad, y con ello nuestra libertad. Efectivamente, todas las medidas adoptadas, sean mediante prohibiciones expresas o en forma de recomendaciones, persiguen el mismo objetivo: reducir a la mínima expresión nuestra movilidad, quedando encerrados en nuestras respectivas burbujas. Inicialmente, durante las próximas dos semanas. Con el aviso de que todo puede empeorar.
Estoy convencido que, al igual que en la primera ola de la pandemia, también en esta ocasión la inmensa mayoría de los ciudadanos seremos responsables, y asumiremos con más o menos agrado la restricción de nuestra libertad. Incluso nos sorprenderemos de nuestra propia actitud, estimulados por el instinto de supervivencia y de cooperación.
Unos buenos sentimientos que no deben dejar de cuestionar una premisa implícita que se insinúa en la justificación de estas nuevas medidas. El incumplimiento de las reglas básicas de mascarilla, higiene de manos y distancia física, por parte de algunos ciudadanos, es la causa principal de esta segunda ola. Como en otras epidemias o crisis sanitarias sabemos que culpar a las víctimas de la situación no se sostiene empíricamente. Es, en el mejor de los casos, un atajo para ocultar algo que no ha estado del todo bien hecho. En el peor, retrasa la búsqueda de la solución al problema y prolonga el sufrimiento de los afectados.
Por eso, y con esta actitud de cooperación, a la vez que de resignación, es legítimo preguntarnos: ¿por qué hemos llegado hasta aquí?; ¿por qué no hemos aprendido de la primera ola?; ¿por qué no hemos hecho lo que sí han hecho otros países con mejores resultados? ¿O es que lo que nos pasa es una maldición divina de la que no podemos huir? Por favor, no nos comparemos con los que están como nosotros o van camino de estarlo, comparémonos con los que están mejor, siempre como Alemania, o ahora como Italia. No se trata de entonar el odioso 'yo ya lo decía'. Al contrario, decíamos entonces, y decimos ahora, lo que había que hacer: identificación de casos, contactos, rastreos, aislamiento, etc. Claro, esto requiere gestionar el presente, con políticas claras y recursos, humanos y tecnológicos, no solo asistenciales, también de protección social para que las personas infectadas puedan mantener ese aislamiento esencial.
Es lo que pudo ser; ahora solo queda asistir atónito a un nuevo llamamiento a la responsabilidad de la ciudadanía y al heroísmo de los sanitarios y demás trabajadores esenciales (incluido ahora los peluqueros), a los que aplaudiremos agradecidos, y algunos se harán fotos mientras le ponen las medallas, sin que se hayan cumplido las promesas dadas tras el final de la primera ola. Me temo que la resiliencia no es infinita.
*Catedrático de Salud Pública de la UPF.
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