Cultura y salud
Distinción nada práctica
Los culturalistas y los artistas se encuentran a poca distancia de ser considerados una especie de apestados, creídos e impertinentes que ya no piden dinero público para producir sino para subsistir
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
Xavier Bru de Sala
No hay que escribir artículo alguno para desmentir la afirmación de quienes reclaman un apoyo más cuantioso, no más explícito porque todos los políticos tienen boquilla para la cultura. Que se trata de un servicio básico y universal, un derecho inalienable del ciudadano. De manera que los poderes públicos tienen la misma obligación de facilitar el acceso al sistema de salud como a la cultura, no sea que le sucediera como a la vivienda, que entre el reconocimiento constitucional del derecho de todo ciudadano y la realidad hay una distancia insalvable. No habría que desperdiciar ni el propio tiempo ni el del lector, insistamos, para atacar un planteamiento teórico tan irreprochable. Dicho sea en pasiva, privar el acceso a la cultura es una monstruosidad tan grande que ni las más execrables dictaduras practican si no es de manera disimulada y selectiva.
En la práctica, comprobaremos una vez más, y cada vez más, que la famosa distinción de Steiner es irrefutable. Después de tantos siglos, hacía notar, repitiendo el argumento de que el absolutismo desaparecería cuando se dejara de mantener a la gente en la ignorancia forzosa, una vez han cambiado las tornas y la enseñanza se ha hecho obligatorio, resulta que el rechazo al disfrute artístico compite con el terror de la mayoría a esforzarse un poco para comprender, comprenderse y mejorar el entorno. En otras palabras, la ausencia de salud o la falta de vivienda, son problemas duros para quienes los padecen. Y si muchos de los que disponen de techo se despreocupan de quienes no tienen tanta suerte en una flagrante y lacerante exhibición de insolidaridad, todo el mundo vela por el sistema público de salud, ya que tiene la conciencia de que es o será un usuario recalcitrante. En cambio, en la práctica, no en la teoría, no consta que el ayuno cultural más absoluto acorte la vida ni limite, subjetivamente, las posibilidades de disfrutarla.
Los culturalistas y los artistas, en cambio, se encuentran a poca distancia de ser considerados una especie de apestados, creídos e impertinentes que ahora ya no piden dinero público para producir sino, como los desahuciados, tan sólo para subsistir.
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