Desde Les Corts
Solo un barrio
Nuestro agosto no se vive tan distinto al de otros años. Quizás sea porque nunca nos creímos depositarios de un destino manifiesto, ni nos recreamos en un pasado mítico, ni decoramos las calles cuando hay fiestas
Si hay una señal inequívoca de que este verano no es como los demás, la encontramos a la salida del metro de Les Corts. O mejor dicho: no la encontramos, porque hace varios meses que ningún turista se para a preguntarnos cómo se llega al campo del Barça. Pero aparte de esto, y de que la piscina municipal, ¡oh milagro!, no cierra este año en agosto, la vida del barrio no parece muy alterada. Seguimos siendo “los del Camp Nou”, “los del Corte Inglés” o “los de la Illa”, por citar a tres mastodontes que están en el barrio pero que no son exactamente del barrio. Y es que los de Les Corts somos a lo sumo “los de las facultades”, y apenas si salimos en los mapas literarios: se menciona la antigua bóbila que hubo en la Travessera en 'Lo mejor que le puede pasar a un cruasán', y se cometen sendos asesinatos en novelas de Andreu Martín y Manuel de Pedrolo, y poco más.
Pero somos diversos -nada tiene que ver Pedralbes con Collblanc, o estos con el antiguo centro histórico- y aquí vivimos y envejecemos (¡de hecho, somos el barrio de la Barcelona con mayor media de edad!). Pedimos aceras más anchas y un carril bici en la avenida de Madrid, porque en el pasado ya ganamos movilidad: en la plaza de la Concòrdia, las terrazas se llenan ahora cada tarde en desafío al calor y a la pandemia, pero llegaron a pasar coches frente de la sobria fachada de la iglesia del Remei. De hecho, la reurbanización de sus calles aledañas se comenzó bien entrados los noventa; y aún no ha concluido.
Yo llegué a jugar algún domingo ochentero en los solares de las Cristalerías Planell -lugar de una huelga de niños obreros, en 1925- y de la Pirelli, donde se alzó la primera sala Bikini. Si todos estos nombres no les suenan, quizás se deba a que lucimos también las cicatrices de la especulación, donde antes estuvieron la Torre Melina y la Colonia Castells. Pero nuestro agosto no se vive tan distinto al de otros años. Quizás sea porque nunca nos creímos depositarios de un destino manifiesto, ni nos recreamos en un pasado mítico, ni decoramos las calles cuando hay fiestas, ni colgamos banderas del distrito en los balcones. Les Corts es solo un barrio; y quizás en eso resida nuestra suerte.
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