Análisis
La guerra de la vacuna
Convertir la inyección contra el covid en un arma geopolítica es el principal obstáculo para controlar la pandemia a nivel global
Rafael Vilasanjuan
Periodista
Rafael Vilasanjuan
No soy muy partidario de considerar la lucha contra la pandemia en términos bélicos. El virus no remite y sabemos que la única estrategia posible para recuperar un cierto orden pasa por ese pinchazo mágico que nos haga inmunes. Y es ahí, en cambio, donde las estrategias de batalla se han empezado a definir en todos los frentes, hasta <strong>abrir la guerra</strong>.
Ejércitos de antivacunas han empezado incluso a descalificar su eficacia antes siquiera de que tengamos una. Están muy bien organizados, controlan bien los discursos del caos y en cuanto salgan las primeras la desinformación será aún mas agresiva. Pero no son una amenaza real. Tampoco lo será la batalla científica por el desarrollo. Mas de 200 proyectos están en la carrera por conseguir una vacuna efectiva y segura. Con una veintena de ellos ya en fases muy avanzadas de investigación es posible que un par o tres sean efectivas y puedan empezar a distribuirse a lo largo del año próximo; luego el flujo continuará, con vacunas cada vez mas eficaces, mejores.
El principal obstáculo no está por tanto ni en los que niegan la evidencia, ni en los que la trabajan bajo la incertidumbre de conseguirla, sino en los que quieren hacer de la vacuna un arma geopolítica. La idea de que quien tenga la vacuna tendrá -al menos en los próximos años- más poder que si tiene armas nucleares ha disparado el nacionalismo y los frentes, convirtiéndose en el principal obstáculo para controlar la pandemia a nivel global. La producción de la vacuna ya ha abierto una nueva vía de ataque entre EEUU y China, un juego en el que <strong>Rusia </strong>no quiere quedar al margen y ha empezado por espiar y utilizar la desinformación para ganar tiempo e influencia. EEUU ha denunciado a 'hackers' chinos, los laboratorios británicos parece que tienen carcoma rusa espiando. Convertida en un arma nacional y de batalla la vacuna podría perder todo el valor por el que la ciencia trabaja. Porque, aunque algunos países pudieran vacunar a toda su población, ni siquiera ellos estarían protegidos. Donald Trump, en caída libre en las encuestas, quiere vacunar a los americanos primero, una estrategia torpe e inútil porque tendría que seguir cerrando sus fronteras mientras otros países no tuvieran igual inmunidad.
El nacionalismo de la vacuna no afecta solo a EEUU, China también ha anunciado que proveerá millones de dosis a sus países amigos, eso sí una vez haya vacunado a la quinta parte de la humanidad que vive entre sus fronteras. Gran Bretaña, uno de los países líderes en el desarrollo de vacunas, también ha iniciado contactos para garantizarse sus dosis y la UE avanza por caminos paralelos, aunque con mayor sigilo. Políticamente tal vez sea difícil explicar que nos conviene una solución global. El covid no entiende de fronteras y solo haciéndole frente juntos podemos empezar a ganar la partida y recuperar una cierta paz. Al contrario, si la vacuna queda en manos de unos cuantos puede que ganen una batalla, pero definitivamente todos perdemos la guerra.
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