AL CONTRATAQUE
Envidia de menstruación
Todos los meses la regla me devuelve a mi condición de hembra humana por mucho que yo me esfuerce en considerarme persona

Una mujer compra productos para la menstruación en un supermercado de Barcelona / periodico

Najat El Hachmi
Najat El HachmiEscritora
Najat El Hachmi
A quien la quiera, yo le regalo mi regla. Estoy dispuesta a entregar sin apego alguno este imperativo biológico que todos los meses me devuelve a mi condición de hembra humana por mucho que yo me esfuerce en considerarme persona. También regalo todos los quebrantos que trae consigo: dolor, malestar generalizado, falta de claridad mental, anemia, cansancio y la sensación de esclavitud que me provoca tener que parar mi actividad o realizarla con dificultades añadidas. Y en silencio, claro, como las almorranas. Ya hay suficientes bromas machistas sobre "esos días del mes" como para darle munición al enemigo y admitir la flaqueza que comporta la sangría periódica. La paradoja de las mujeres es que, mientras nos peleamos con la menstruación intentando sobreponernos a sus consecuencias y hacemos como que no existe, tenemos que luchar contra toda la construcción que se ha articulado sobre nuestra biología. Yo, francamente, no le veo la utilidad a un destino con el que no he podido hacer otra cosa que conformarme.
Estos días se diría que la menstruación es algo así como un privilegio que las mujeres queremos conservar celosamente. Una escritora británica ha dicho que el sexo existe y esto es ahora ofensivo. Y que vincular la regla con las hembras de la especie humana es excluyente. Algo raro porque hay muchas mujeres que no sangran cada mes y nunca han alzado la voz para denunciar los anuncios de compresas: las menopáusicas, las anoréxicas, las mujeres que han sufrido una histerectomía.
Más allá de la polémica absurda de querer acabar con el sexo porque no nos gustan las construcciones que sobre él se articulan, esto es, el género, hay algo muy tétrico en expresiones del tipo "cuerpo menstruante". Aparte de borrar de un plumazo a las mujeres como si no existiéramos ni existieran las discriminaciones que sufrimos por el simple hecho de serlo, es que denota un dualismo radical que separa al ser humano en dos: el cuerpo y otra cosa que las religiones llamaban alma y nosotros sentimiento de ser o identidad.
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