Ideas

Un confinamiento más largo

A nivel colectivo un confinamiento más largo habría tenido más fuerza como advertencia y amenaza. Habría situado a los gobiernos, bancos y grandes empresas más cerca del precipicio

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Jordi Puntí

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El otro día pensaba que este confinamiento que ahora deshacemos poco a poco debería haberse prolongado. Dos o tres meses. No, no crean que me gusta estar encerrado en casa, y soy el primero que quiere volver a una vida cotidiana exterior, sin mascarillas ni riesgos añadidos. Pero a nivel colectivo un confinamiento más largo habría tenido más fuerza como advertencia y amenaza. Habría situado a los gobiernos, bancos y grandes empresas más cerca del precipicio, con el vacío bajo sus pies, y puede que les hubiera obligado a pensar más lúcidamente, con más conciencia social, cuál es el mundo que nos conviene a partir de ahora. En cambio, la mayoría de gobiernos se afanan en recuperar las condiciones de antes, como si esto solo fuera un susto, para que la economía abandone los números rojos. Mientras disimulan, llaman a este retorno 'la nueva normalidad', cuando de hecho deberían decir 'la nueva realidad'. La normalidad es un término subjetivo, que describe unas condiciones más o menos favorables para la mayoría, pero que precisamente son las que han provocado esta crisis.

Es relevante que, al principio de la pandemia, cuando todos estábamos tan asustados, surgían artículos que pedían un cambio de paradigma, otra política que se centrara en las desigualdades sociales, la emergencia climática, la inversión en sanidad, el comercio sostenible, la renta básica universal e incluso el decrecimiento económico. Propuestas razonables. Sin embargo, a medida que todo se relajaba, se ha introducido un discurso más pesimista, que admite que las cosas no cambiarán mucho. Entretanto, los gobiernos se preparan para inyectar millones de euros en compañías en quiebra técnica, como las líneas aéreas, y recuperar modelos de negocio como el turismo, que en apariencia nos benefician a todos. Se confirma así que la distancia entre los intelectuales y los científicos, por un lado, y los actores de la 'realpolitik' por la otra se ha agrandado aún más -quizás ya de una manera insalvable-. Me doy cuenta que en medio hay muchos ciudadanos que ahora callan desde casa, pero que al final tendrán que decidir qué es lo que les conviene más, ya sea por miedo, prudencia o sentido común.

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