La hoguera

Un argumento cínico contra el vientre de alquiler

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Juan Soto Ivars

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He tenido una postura indecisa con los vientres de alquiler hasta hoy. He escuchado fuertes opiniones en contra y a favor, nada terminaba de convencerme. Pero hay historias que apuñalan las dudas: cuarenta bebés que berrean en un almacén de cunas de Ucrania, por ejemplo. Donde yo veo bebés desamparados, el frío sistema del intercambio de vientres ve un “stock de productos bloqueados en almacén por problemas de distribución y logística”. Es una visión perversa y repugnante.

Esos bebés no están solos como el huérfano o el expósito que espera a que lo adopten, sino que “han sido producidos” para este fin. La espera -el desamparo- es una circunstancia de un mercado que revela su perversidad. Están solos porque el sistema no puede consentir que la mujer-productora se encariñe con él, y los separa. La pandemia ha ampliado el tiempo entre el parto y la obtención del producto: los niños lloran en cunas sin nadie que los cuide. No entienden que son productos almacenados.

El principal argumento feminista contra el vientre de alquiler no me convencía del todo porque soy un cínico. Considerar que una mujer no puede mercantilizar su cuerpo me chirría porque observo que el mundo es un sitio donde todo trabajador pobre mercantiliza el suyo. Hombres y mujeres alquilan partes de sus cuerpos, los convierten en herramientas. ¿Qué diferencia hay entre una puta y un minero del Tercer Mundo? En el capitalismo no hay función corporal que no sea susceptible de comprarse y venderse.

Desde luego, no son decisiones libres, como dicen los ciegos liberales. En esto tienen toda la razón las feministas de izquierdas. En el caso de los vientres de alquiler, lo primero que se subroga es la libertad de elección de una mujer. La que cede su útero para la gestación no es un sujeto libre, porque muy pocas mujeres ricas lo harían por altruismo. Sin embargo, tampoco es libre el hombre que cede su cuerpo a la mina o el estercolero.

El usufructo de partes del cuerpo ajenas por parte de personas de mayor estatus económico es la base del capitalismo. Si la mujer no puede comerciar con su sexo, ¿qué justifica que el minero sí comercie con su espalda o sus pulmones? En un mundo sin desigualdad no habría putas ni obreros, y el propio Marx era incapaz de imaginar una arcadia socialista sin que las máquinas hicieran los trabajos duros e indeseables.

Bueno. Dado que los adultos son responsables de sus actos pese a estar sometidos a sistemas de desigualdad económica, mi indecisión con el tema concreto de los vientres de alquiler era una consecuencia de esta visión mía, cínica y fatalista, sobre el mundo en el que vivo. Pero el llanto de esos bebés me lleva a una postura diferente.

Ese desamparo se debe a que esos bebés son productos. Para mí, esta es la prueba de que el sistema del vientre de alquiler es perverso y debe ser impedido por todos los medios. La inmoralidad de comprar y vender bebés existe sin que tengan que permanecer almacenados, pero con esta historia queda desenmascarada.

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