Análisis

Duelo y confinamiento

Salir a los balcones y pronunciar los nombres de los fallecidos sería una buena iniciativa, una forma de rito colectivo de memoria de difuntos, porque todo lo que incluya nombrar dará peso y valor a nuestras pérdidas

pancarta abuelo fallecido

pancarta abuelo fallecido / periodico

Valentín Rodil Gavala

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¿Podemos hablar de un protocolo de duelo ante el covid-19? En mi opinión, facilitar ahora un protocolo de duelo carecería de sentido, pues el duelo es una vivencia distinta según la persona, la circunstancia, incluso el momento.

En estos días ocurren muchas cosas: algunas tienen que ver con miedo y otras con osadía, con incertidumbres, con gente cumpliendo las reglas de aislamiento mientras otros tiemblan en habitaciones contiguas. Nada de esto es duelo. Es vida que se ha complicado y ante la que nos nacen preguntas que son nuevas para nosotros, pero que otros ya se hicieron como los familiares de desaparecidos en un accidente aéreo, o en guerras o los inmigrantes cuyos seres queridos mueren en otro país. Una de esas preguntas nuevas es: si no podemos enterrar a los muertos ¿qué haremos por ellos?

Pero ¿podemos hacernos preguntas? El duelo, la muerte, sobre todo la que no comprendemos, la que nos obligan a tragarnos, nos preña de preguntas. Son inevitables y nos acompañan todo el día. Como niños impacientes, recortamos piezas de un puzle para hacerlas encajar sin lograrlo. Preguntar y reaccionar forma parte de este momento. Tratar de tapar la pérdida, el desconsuelo, el desconcierto, no afrontarlo y no detenerse en ello, es inadecuado, quizá hasta perverso por mucho que a algunos les convenga mirar para otro lado.

En estos momentos excepcionales sentimos que podemos hacer pocas cosas, mientras muchas están prohibidasacompañar a nuestros enfermos, despedirnos, sentir con otros el dolor tras la pérdida y reconfortarnos mutuamente. Pero la verdad es que, una vez que todo esto pase y no sea noticia, los muertos, los amados siempre serán nuestros, porque lo que importa no es cómo murieron, sino quiénes eran.

Si en estas semanas perdemos a alguien querido, podremos tener reacciones que nos sitúen en un sufrimiento inútil, pero real. Pensaremos "siento que le/la abandoné, que murió solo/a, siento que le dejaron morir, siento que no pude hacer nada…". Nada más real que esta aflicción y, si nos privamos de ella, si no podemos sentirla y expresarla ¿quiénes somos nosotros?

La vida tras la pérdida

¿Y cómo sobrevivir? En el duelo a menudo deseamos morir también nosotros, la casa de nuestras vidas se ha desmoronado y todo nos duele. Para sobrevivir necesitaremos olvidar cómo eran las cosas antes, no comparar, concentrarnos en poner un pie delante de otro y con el dolor que tengamos, andar o detenernos. Para vivir necesitaremos recordar quiénes éramos además de una persona con un vínculo, qué cosas nos gustaban a nosotros, cuáles nos gustaba compartir.

¿Y qué hay del valor de la vida? Pendientes de cifras, curvas y porcentajes olvidamos que lo más importante que tenemos los humanos es el nombre. Estos días mueren personas sin contacto con sus allegados, pero nadie muere realmente en soledad si alguien pensaba su nombre. Los sanitarios son ahora brazos, manos y corazón de las familias. El valor de la vida humana se lo da otra vida humana.

El duelo no empezará ahora, el duelo vendrá cuando a nadie le interese ya este tema. Posiblemente habrá mucho interés en pasar página y olvidar esta etapa y a los fallecidos. ¿Quedarán reducidos a números, a bajas en el campo de batalla? En ese momento los acompañantes del duelo saldremos a los caminos, a las ruinas de las casas de la vida y hablaremos de fases, tareas, momentos y nudos.

Los humanos necesitamos hacer presentes a los ausentes y para eso inventamos ritos. Habrá duelos que no necesiten más despedida porque la vida ya se los proporcionó. Y es que esa falta de despedida es más una sensación que una realidad, siempre podremos hacer nuestro rito personal posteriormente. En inglés se llaman 'leave-taking rites' a los ritos que tratan de compensar los actos de despedida que no pudieron hacerse. En ellos algo del ser amado se deja ir y algo se conserva. Pero eso será cuando llegue el tiempo del duelo.

Salir a los balcones y pronunciar los nombres de los fallecidos sería una buena iniciativa, una forma de rito colectivo de memoria de difuntos, porque todo lo que incluya nombrar dará peso y valor a nuestras pérdidas. Necesitamos recordar nombres más que hablar de estadísticas y algoritmos. Toda la sociedad quedará impactada tras esta experiencia, hayan perdido a un ser querido o no. Podríamos invitar a todos a nombrar a sus muertos particulares, como hacemos en los grupos de duelo. Suele ser muy hermoso, el aire parece que se llena de presencias y pequeños fuegos acompañando la soledad y el vacío. La travesía no será fácil y las formas de reencontrarnos solo surgirán cuando podamos.