El conflicto catalán
Junqueras, la mirada y las cucarachas
La expresión del líder de ERC destila una superioridad difícil de digerir. Desde su atalaya moral, quizá no entiende que la mitad de Catalunya está harta de que la ignoren
Emma Riverola
Escritora
Fueron advertidos. Y no solo con avisos burocráticos del Constitucional. Fueron muchos los que se dejaron la piel tratando de impedir una DUI que llevaría al desastre. Curiosamente, los más conciliadores, los más respetuosos son los que más desprecios han cosechado. Coscubiela, Rabell y, por supuesto, Iceta encabezan el ránking de los seres abyectos. “Será un placer cruzarme con los socialistas catalanes cuando salga de aquí y ver si aguantan nuestras miradas”, afirmó Junqueras en una entrevista reciente en 'El País'. Una bravuconada que repite desde que está en la cárcel y que no deja de ser puro teatro. Son muchos los socialistas que le han visitado en Lledoners. Desde los alcaldes Balmón y Poveda, hasta el 'expresident' Montilla. Junqueras sabe de sobras si le aguantan la mirada.
La expresión de Junqueras destila una superioridad difícil de digerir. Desde su atalaya moral, quizá no entiende que la mitad de Catalunya está harta de que la ignoren o de que la contemplen como un nido de cucarachas. Insectos desagradables que manchan la imagen inmaculada de un país uniforme que no existe. El trato con DDT a los no nacionalistas viene de lejos. Siempre con intenciones utilitaristas. El maestro Jordi Pujol no dudó en convertir la querella de Banca Catalana en un ataque a Catalunya y una oportunidad para poner a los socialistas en la diana: “nos quieren confiscar la victoria y la honorabilidad”. Ya se sabe, el honor y la dignidad siempre están de su lado.
Lo más desquiciante es la capacidad de Junqueras para envolver el desdén en el verbo beatífico de la unidad y el diálogo. Un don que le falló cuando Puigdemont quería convocar elecciones y las 155 monedas de Rufián y los lloros de Marta Rovira le pusieron entre las cuerdas. Entonces, Junqueras calló. Entre la euforia y la angustia, Catalunya se adentraba en el colapso y calló. Ahora lanza desafíos a los que se desgañitaron tratando de evitar el error. Por extensión, también reta a sus votantes. No pesa la mirada, lo que carga -y cansa- es el desprecio.
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