Opinión | Editorial

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El Port Vell mira al futuro

Barcelona se enfrenta a un nuevo reto transformador que apunta a la integración de la costa y la ciudad

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Hace 30 años, Barcelona se abrió al mar. La designación olímpica supuso una gran transformación urbanística. Se derribaron fábricas, se soterró el ferrocarril de la costa, se regeneraron las playas y se construyó un nuevo puerto y un flamante barrio. Aquella colosal mutación cambió la forma de relacionarse de los barceloneses con el Mediterráneo. Ahora, la zona portuaria se prepara para otra ambiciosa transformación que apunta a la integración de la costa y la ciudad.

Las cifras del Port Vell ayudan a calibrar la relevancia del territorio. Se trata de 700.000 metros cuadrados de superficie que, además de espacios verdes y de ocio, aglutina más de 320 empresas, una facturación de al menos 1.811 millones de euros al año y más de 12.600 puestos de trabajo. Un universo portuario pegado a una ciudad que ahora tiene la voluntad de fundirse aún más estrechamente con el vecino distrito de Ciutat Vella, hacer más funcional su uso, impulsar su crecimiento y diversificar su oferta.

Los proyectos son muchos y variados, y se extienden por una cornisa marítima que se inicia en el Moll de Espanya, pasa por el Moll de la Fusta, la lonja de pescadores, el Aquàrium y el Maremágnum. La previsión anuncia que las obras se iniciarán en el 2020 y se irán encadenando hasta culminar en un plazo de tres años. Muchas de ellas son tareas pendientes que han ido sumando retrasos y que ahora se desarrollarán con visión de conjunto. La apuesta por seguir impulsando la diversidad es, sin duda, uno de los grandes aciertos de la propuesta. Se sigue optando por un modelo que rescató la costa del uso exclusivo de la industria y lo integró en la ciudad sin convertirlo en un Miami mediterráneo.

Ocio, formación, cultura, tejido empresarial y uso portuario son los principales ejes que vertebran las nuevas actuaciones. Desde obras menores, como la señalización para vehículos y peatones, a otras de gran calado. Entre ellas, cabe señalar una nueva lonja de pescado que permitirá el acceso a los barceloneses, una nueva estación marítima para el 'vaporetto' o bus náutico que mejore las conexiones de la ciudad, un mirador al final de la Rambla Nova, en lo que fue el Rompeolas, y espacios para el deporte y otros usos ciudadanos. Las intervenciones pasan por construir nuevos edificios, por renovar o dar nuevos usos a otros que hayan quedado obsoletos o por derribar los irrecuperables, ganando espacios para su disfrute. También la náutica profesional se verá ampliamente beneficiada, con un buen número de medidas que refuerzan a Barcelona en el mapa internacional.

Barcelona se enfrenta, pues, a un nuevo reto transformador que pasa, invariablemente, por estrechar los lazos entre la ciudadanía y su costa, aún con muchas zonas desconocidas o de difícil acceso. Su éxito no solo recaerá en la excelencia arquitectónica, sino en la medida en que la zona ofrezca facilidades de movilidad, seguridad reforzada y una oferta de ocio y cultura lo suficientemente variada para que sea asequible y satisfactoria para toda la ciudadanía.