Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA
Juan Carlos Ortega
Juan Carlos Ortega
El gran Claudio Rodríguez
Acaba de morir, a los 86 años, un hombre extraordinario. Ustedes han escuchado su voz en infinidad de películas, pero su nombre, por desgracia, tal vez no les diga nada. Al haber sido un actor de doblaje, la intelectualidad en España no le hacía demasiado caso. Su profesión estaba mal vista por los que se han situado siempre por encima de los demás. Para ellos, una película doblada era –y sigue siendo– una herejía.
Me da una pereza tremenda entrar en este debate, porque, al menos para mí, tiene mucho que ver con los sentimientos. Esas voces del doblaje en las que Claudio Rodríguez reinó representan una parte de la historia del Arte. He escrito Arte con mayúsculas, porque así lo es para mí, y soy yo quien escribe este artículo.
Escuchar a Claudio Rodríguez es una experiencia estética magnífica. Ustedes pueden entrar en Google, o en Youtube, poner su nombre y apreciar lo que les digo. Se sorprenderán al ver a un hombre real, de carne y hueso, como cualquiera de sus familiares y amigos, expresarse con una voz perfecta.
Burt Lancaster,
en español, era tremendamente
más bondadoso
que en la
versión original
Ahora que Claudio no está, su voz ha desaparecido. Claro que quedan sus doblajes, todas las películas en las que trabajó, pero su voz, la suya, la que su mujer escuchaba, esa con la que hablaba a sus amigos o atendía al teléfono, ya no está en ningún lugar, y me produce una pena tremenda.
He llegado a escuchar la voz de este hombre como el que analiza una partitura musical, fijándome en cada detalle, y les puedo asegurar que, además de calidad estética, poseía algo imposible de ser definido: había una ética en esa voz que estaba por encima de los papeles que interpretaba. Burt Lancaster, en español, era tremendamente más bondadoso que en la versión original. Claudio pintaba a los actores y los llenaba con su color.
No lo hagan, de verdad. No me digan que el doblaje es una traición, que por culpa de este oficio en nuestro país no sabemos hablar inglés como en otros lugares. De verdad, no vayan por ahí, porque no les pienso escuchar. Me sé de memoria esos argumentos y les repito que la cosa tiene que ver con los sentimientos, como siempre ocurre en el arte.
Claudio Rodríguez hacía tan bien su trabajo, con tanto mimo, que muchas veces mejoraba la versión original. Pero aunque eso no hubiera ocurrido, su voz es nuestra. De nosotros. De todos los españoles. Es como una nana dulce, como una canción de amor, como la voz de un padre o una madre, porque oírla nos da confianza y seguridad.
Hay muchos actores de doblaje, pero difícilmente encontraremos en uno de ellos la maravilla estética de la que les hablo, la de haber conseguido que su voz sea, desde ahora y ya para siempre, parte de nuestra vida. Y eso ocurre porque su voz fue la más ética de todas las voces.
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