ánálisis
FIFA y Catar, tan pobres que solo tienen dinero
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
Emilio Pérez de Rozas
Con la misma facilidad que hacen desaparecer y destrozan con una sierra eléctrica a un opositor, compran eventos y hasta un Mundial de fútbol. No hay nada como tener dinero. O mucho dinero. O muchísimo dinero. O, tal vez, solo tener dinero. No hablemos de conciencia, ni de democracia, ni de honradez. Catar, que cautiva, no solo, a los grandes organizadores de los grandes eventos, que posee grandes clubs de fútbol donde a sus profesionales (todos) poco les importa el color del dinero o si esos billetes gotean sangre, fruto de decenas de obreros muertos construyendo sus estadios, está ahora en cuestión por algo que todo el mundo sospecha que viene funcionando desde hace muchos años. Desde que pasaron del camello al Lamborghini ‘Aventador’, desde que descubrieron que, bajo el desierto, había petróleo y, mejor aún, gas.
Es evidente que lo que estamos viviendo estos días en España con protagonistas señalados como Carlos Aranda, Raúl Bravo y/o varios jugadores del Valladolid es un juego de niños, una broma, un chiste. La pregunta en estos casos es muy recurrente y, tal vez, tendría respuestas muy repartidas pero, personalmente, me sigue pareciendo mucho más grave quien acepta el soborno, quien cobra por cambiar su voto (o dejarse meter un gol o lanzar el balón a corner 12 veces en 45 minutos) que el poderoso país que, para colocarse en el mundo y hacer ver que es alguien (no importa que no tenga tradición, casi ni habitantes, ni campos de fútbol y haga un calor insoportable), quiere comprarse el último capricho. Uno más.
Todo lo que está ocurriendo alrededor de esa concesión, que arrancó con una votación, el 3 de diciembre del 2010, en la que dos de los 24 miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA ya no pudieron votar por haber sido apartados por sospechas de corrupción, tiene solo un culpable: la FIFA. Como les llama, ahora, Michel Platini “payasos que no me dejaban trabajar (…) jueces de pacotilla, ellos y los del TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo), que me han tendido una trampa”. Eso dice quien, en el 2015, no supo explicar por qué Joseph Blatter, expresidente de la FIFA, vaya, le dio 2 millones de francos suizos. “Eran atrasos”, dijo uno de los mejores futbolistas del mundo.
Cambiar de sede
Alguien por encima de la FIFA ¿quién? debería de tomar cartas en el asunto y decidir ¡ya! cambiar de sede esa Copa del Mundo. Total, aunque Catar haya tardado un montón de años en construir sus estadios (porque solo tenía uno), los otros cuatro candidatos que perdieron la votación, los cuatro (Estados Unidos, Australia, Japón y Corea del Sur), serían capaces de tener todo a punto en cinco meses. O menos. Todo.
Pero, amigos, volvemos al dinero. “Es tan pobre, que solo tiene dinero”, decía mi padre. FIFA, Catar, tal para cual.
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