Al contrrataque
La dictadura de las etiquetas
Lo que hicieron los políticos presos es muy grave y no puede salir gratis. Pero la prisión preventiva que sufren es atroz
Carles Francino
Periodista
Carles Francino
Llevo media vida desgañitándome contra la manía de ponernos etiquetas a todos y lamentando los perjuicios -y prejuicios- que eso provoca; desde reputaciones destruidas hasta autocensuras en cualquier ámbito. Desgañitándome para nada, claro, porque los profesionales del etiquetaje han hallado en las redes sociales un armamento tal que no hay ejército capaz de detenerles. Así que la única solución es hacer como en las películas: confiar en que las balas te respeten, sabiendo que no son mortales pero que pueden dejarte malherido.
Toda esa empanada mental me asaltó hace unos días cuando me propusieron participar en un programa de radio para felicitar la Navidad a los políticos independentistas que se comerán los turrones –o lo que les den- entre rejas. La primera reacción fue: “¿Qué pinto yo ahí?” La segunda: “Me van a utilizar…” La tercera: “Alguien puede cabrearse…” Hasta llegar a la cuarta: “¿Y por qué no?” Así que esta Nochebuena asomaré la cabeza en unas antenas que no son las mías, porque creo que tengo el derecho y la libertad de hacerlo.
Desconozco el aire que tendrá el programa, aunque lo puedo intuir y es muy probable que algunas –o bastantes- de las cosas que allí se digan no coincidan con lo que yo pienso. Pero no me importa, porque la diferencia para mí no es sinónimo de agravio; y porque hace mucho tiempo que creo que el encarcelamiento preventivo de todas esas personas supone una vergüenza democrática y encima proporciona combustible –y coartadas- a algunos iluminados que han contribuido decisivamente a meternos en este berenjenal. Y pienso además que este es un asunto que deberíamos encapsular fuera de los otros elementos que componen el puzzle, que son muchos y variados.
Porque este encarcelamiento – ¿o es escarmiento?- traspasa una línea roja. Igual que la traspasaron quienes se saltaron –entre ellos, los encarcelados- la Constitución y el Estatut, pasando olímpicamente de millones de catalanes. Y de españoles. Nada razonable puede construirse ignorando la ley; pero nada sano puede reconstruirse abusando de esa misma ley.
No voy a insistir aquí en el escandaloso fracaso de la política, a manos de aventureros o abstencionistas de responsabilidades; porque me aburro hasta yo mismo. Pero sí reivindico la capacidad y el derecho a tener opinión propia en cada capítulo de este drama. En el de los presos la tengo clara: no creo que sean presos políticos porque España es –con todas sus imperfecciones- un Estado democrático y de derecho homologable a cualquiera de nuestros vecinos; tampoco llamo exiliados a los huidos. Se trata de personas encarceladas por cometer ilegalidades desde la política, pero el castigo preventivo se me antoja atroz. Lo que hicieron es muy grave y no puede salir gratis… pero así no.
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