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Mi ridículo navideño

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Josep Maria Pou

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Me propongo arrancarles una sonrisa en estos días de buenas voluntades, contándoles la mínima anécdota de mi primer ridículo en escena.

Eran, como ahora, tiempos de Navidad. Y por entonces (finales de los años 60 del siglo pasado) las representaciones de 'Els Pastorets' suponían el máximo atractivo escénico en muchos pueblos de Catalunya. Yo participaba desde muy pequeño en esas funciones. Empecé siendo un pastorcillo del grupo y según fuí creciendo pasé de angelito anunciador ("salve Verge Inmaculada") a demonio atormentador ("som les fúries del infern"). Ya más crecido, alguien pensó que podía pasar por santo varón y me repartió el papel de San José.

En una representación de 'Els Pastorets' cambié el curso de los Evangelios

Una de los mejores momentos del personaje era aquel en el que María y José recorrían del brazo las calles de Belén en busca de posada. En una de las funciones, me crecí. En mitad del escenario yo debía tan solo mimar el hecho de llamar a una puerta imaginaria dando con los nudillos en el aire y diciendo de manera sincronizada: "Toc, toc, toc". Me pareció que podía añadirle dramatismo al momento y se me ocurrió sustituir el gesto y el "toc" por tres golpes dados con la vara que en la que me apoyaba sobre la madera del escenario. Lo que pasó a continuación cambió por un momento el curso de los Evangelios: el suelo bajo mis pies se abrió de repente y a San José se lo tragó la tierra. Un segundo después, subió de los abismos una llamarada  de azufre apestoso, que a punto estuvo de chamuscar a la pobre María, sola y abandonada en escena. 

¿Que había pasado? Pues que esos tres golpes en el suelo eran la señal convenida entre el actor que representaba al diablo Satanás y el tramoyista que, en el sótano, debía accionar la trampilla o escotillón que le devolvía a los infiernos. El técnico oyó la señal y actuó en consecuencia, sin encomendarse a Dios ni al diablo (nunca una frase hecha ha venido más al caso). Y yo aprendí mi primera lección de teatro: actuar en solitario te hunde directamente en el infierno del ridículo, sin más. 

¡Felices Fiestas!

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