Auge ultra internacional

El creciente desafío populista

El acoso a la democracia liberal exige estadistas, implicación ciudadana en soluciones inclusivas y políticas que cierren la brecha digital

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Alexandre Muns Rubiol

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El 'brexit', en el 2016, amplificó una ola de triunfos de partidos populistas de derechas e izquierdas. Sus dirigentes convierten al inmigrante -especialmente el no europeo– en chivo expiatorio y supuesto culpable de la lenta recuperación de las clases medias tras la crisis económica internacional y el presunto incremento de la delincuencia. Donald Trump canalizó la insatisfacción de la población blanca con menos estudios hacia 50 millones de hispanos. En los últimos meses el populismo ha alcanzado el poder en Italia, México (Andrés Manuel López Obrador), Brasil (Jair Bolsonaro) y avanza en una España que parecía inmune a la xenofobia. La Comisión Europea ha abierto un procedimiento de retirada de voto del Gobierno polaco, que mina la libertad del sistema judicial.

No han faltado efemérides que recuerden a los votantes el papel decisivo de instituciones internacionales (ONU, FMI, Banco Mundial) diseñadas a finales de la segunda guerra mundial y modificadas con la creación del G-20 y una Organización Mundial del Comercio que desde 1995 gestiona históricos acuerdos de liberalización y regulación del comercio internacional de productos industriales, agrícolas, textiles y de la propiedad intelectual. Hace 70 años se lanzó el 'plan Marshall', que fomentó la recuperación e integración económica de Europa occidental con 107.000 millones de dólares de asistencia material y financiera. El 60º aniversario del tratado de Roma debería haber servido para recordar a los 500 millones de habitantes de la UE que se benefician del mayor mercado común del mundo. El centenario del final de la primera guerra mundial y los festejos organizados por Macron no han impedido que el movimiento de los 'chalecos amarillos' esté causando estragos en la economía francesa.

Contra la inmigración y el multilateralismo

La realidad es que un porcentaje sustancial de la población de muchas democracias prefiere a líderes duros que arremetan contra la inmigración, el comercio y el multilateralismo. Los más jóvenes no han padecido una guerra y reclaman en las urnas y las calles seguridad laboral y acceso a la vivienda, imposibles de cuadrar con los menguantes ingresos causados por el envejecimiento de la población. Los que tienen menor nivel de estudios y residen en zonas rurales o pequeñas poblaciones expresan su temor hacia la revolución digital votando a partidos populistas. Las élites financieras apuestan por un mundo donde el internet de las cosas les permitirá vivir en hogares inteligentes y prescindir de millones de empleos. El rechazo hacia la globalización aumentará a medida que el crecimiento sólido de la economía internacional se ralentice debido a las guerras comerciales iniciadas por Trump, la incertidumbre sobre el 'brexit' y la salida de capitales de países emergentes.

Pruebas escritas de una conspiración de Trump con el Kremlin seguramente no existen, y un presidente en ejercicio no puede ser enjuiciado. El soñado 'impeachment' exige dos terceras partes de un Senado con mayoría republicana. El acoso a la democracia liberal exige estadistas, implicación ciudadana en soluciones inclusivas y políticas que cierren la brecha digital.  

El autor de este artículo ha publicado el libro Globalism versus Nativism: How to Bridge the Digital Divide (Amazon, octubre 2018)