A pie de calle

Repensar el sistema educativo

La ciencia ha demostrado que el dolor emocional tiene la misma respuesta en nuestro cerebro que el dolor físico

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Marina Sancho

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Hace muchos años, la educación se basaba en la obediencia. El alumno tenía que hacer lo que el maestro le ordenaba bajo la amenaza de represalias: el adulto podía pegar a quien, a su juicio, lo mereciera. Hoy en día, podríamos estar muy satisfechos porque la violencia física se ha prohibido y ya no se ejecutan este tipo de castigos. Podríamos estarlo si no fuera porque la ciencia ha demostrado que el dolor emocional tiene la misma respuesta en nuestro cerebro que el dolor físico. En la universidad de California, la doctora Naomi Eisenberger publicó imágenes de resonancias magnéticas en las que se puede apreciar cómo el rechazo y el desprecio provocan sobrecargas nerviosas en la región cerebral del dolor, en la misma área donde percibimos una ruptura ósea.

Actualmente, los maestros no pegan a los alumnos pero pueden golpearlos psicológicamente. Las formas usadas están tan arraigadas en nosotros que las podemos confundir con la normalidad: primero, apartar al individuo del grupo, lo que crea el mismo sufrimiento que un corte; segundo, levantar la voz a los alumnos, anulando por completo su seguridad, y tercero, someter a los niños a un sistema de premios y castigos: emplear puntos positivos, días sin patio, ratos sin juego... es otra manera de controlar su voluntad mediante el chantaje en lugar de promover el gozo intrínseco que genera el aprendizaje, técnica que realmente tiene efectos a largo plazo en el éxito educativo.

Se trata por tanto, de infundir el respeto como metodología pedagógica principal. Educar a los alumnos mediante el ejemplo: mostrando actitudes positivas como la paciencia, la tolerancia, el altruismo, la atención y la compasión. Toda persona que trate con personas vulnerables e influenciables debe tener claro el objetivo que persigue la educación. Queremos promover el desarrollo del potencial de cada alumno, su bienestar y el entreno de todas las habilidades que pueden mejorar su vida. Por este motivo, debemos transformar las estrategias con las que nos aproximamos a niños y adolescentes. Pasar de la coacción a la comprensión. Del castigo a la nueva oportunidad de aprendizaje. Del terror al placer. De la obligación a la motivación. Del aburrimiento al entusiasmo. Del sinsentido a la sensatez.

Es necesario reformar el sistema de forma que sepa sacar lo mejor de cada cual mediante la estrategia más eficiente: el placer. De la misma manera que damos lo mejor de nosotros cuando somos felices, los alumnos también sacan más partido a la educación que reciben cuando se sienten cómodos. Hay estrategias de sobras para conseguirlo, cientos de psicólogos y profesores las han desarrollado. Solo hace falta dar el gran paso: de la coacción a la amabilidad. Ser más amables con nosotros mismos y con nuestros alumnos.

La educación necesita un cambio urgente. No es ético y no podemos seguir haciendo la vista gorda porque la era de la información nos demuestra que el maltrato es una vía muerta. Solo el bienestar lleva a la culminación de las capacidades.