TENSIÓN EL CONGRESO

Borrell, dignidad frente a odio

El rufianismo es una patología narcisista que necesita llamar la atención destilando bilis contra algo o alguien de forma insistente

El diputado Jordi Salvador (ERC), con la camisa roja, pasa por delante del ministro Josep Borrell, que le acusó de haberle escupido.

El diputado Jordi Salvador (ERC), con la camisa roja, pasa por delante del ministro Josep Borrell, que le acusó de haberle escupido. / periodico

Joaquim Coll

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"En 18 meses dejaré mi escaño para regresar a la República catalana", afirmó Gabriel Rufián en diciembre del 2015; unos días después quiso ser más taxativo y declaró: "no hay plan b: 18 meses en el Congreso; ni un día más". En el 2016 y el 2017 reafirmó su voluntad de estar el menor tiempo posible en Madrid porque "Catalunya ya es una República independiente". En marzo de este año, haciendo balance de lo que había pasado en septiembre y octubre anterior, en lugar de reconocer que no había habido referéndum de verdad ni independencia, el diputado de ERC insistió en que "la República se ganó de manera heroica el 1-O, se proclamó el 27-O y el 21-D se defendió".

Así pues, la pregunta salta a la vista: ¿qué hace todavía Rufián en Madrid?; ¿por qué sigue de diputado en un país extranjero si la República catalana "se ganó, proclamó y defendió"? Ni usted ni yo lo sabemos, pero él sí: embolsarse cada mes 6.000 euros brutos y 1.800 euros más para gastos, libres de impuestos. No está mal como oficio porque sus intervenciones en el Congreso requieren de la misma preparación que sus tuits.

Rufián solo habla para pontificar e insultar. El grave incidente de esta semana con Josep Borrell, de las pocas figuras que todavía dignifican la política en España, es el ejemplo más ruidoso de lo que significa el rufianismo: una patología narcisista que necesita llamar la atención destilando bilis contra algo o alguien de forma insistente. En este caso, contra un ministro catalán (y catalanohablante) que lleva años desnudando las mentiras de los separatistas, particularmente refutando con datos y argumentos las falsedades económicas que Oriol Junqueras ha ido propagando.

Contra Borrell porque es un hombre de izquierdas y europeísta que siempre ha estado, sin complejos, al lado de Societat Civil Catalana, mucho antes de la gran manifestación del 8 de octubre. Lo odian porque se atreve a decir verdades como que "Catalunya está enferma" (¿alguien todavía tiene alguna duda?), y que la herida provocada por el populismo secesionista, antes de cerrarla, tiene que ser curada ("desinfectada", dijo, analogía dolorosa para las almas sensibles, pero certera) porque, de lo contrario, la fiebre rebrotará.

El recurso del escupitajo

Y para ello solo existe una fórmula: dar la batalla a la propaganda independentista, explicando la verdad sin concesiones ("España es una democracia plena, con defectos, pero por encima de la media europea"; "los catalanes no estamos maltratados fiscalmente, sino que pagamos por renta y recibimos por población"; "la secesión no es un derecho en democracia, ni el referéndum divisivo es solución de nada", etc.). Como Borrell respondió a Rufián en el Congreso con gran dignidad, a los separatistas solo les quedó el recurso del escupitajo, aunque solo sea en forma de amago; simulación que entre risas ha sido finalmente reconocida por su protagonista, el diputado de ERC Jordi Salvador.

Un gesto cargado también de odio. El mismo odio que destilan los artículos de Quim Torra Quim Torra en que afirma que "los españoles solo saben expoliar" o que "los castellanohablantes son bestias con forma humana". Odio y supremacismo.