Yo o el caos: ¿conseguirá Theresa May sobrevivir a su propio 'brexit'?
Los oponentes de Theresa May tienen ahora una tarea formidable: convencer al electorado de que después de May no viene el diluvio
Camino Mortera-Martínez
Investigadora en el Centre for European Reform
Camino Mortera-Martínez
Una vez cada cierto tiempo, los españoles rescatamos aquella famosa viñeta de la revista satírica 'Hermano Lobo' en la que un político le pregunta a lo que suponemos son asistentes a uno de sus mítines, si le prefieren a él o prefieren el caos. Cuando los interpelados le responden que (por supuesto) prefieren el caos, el político les responde que lo mismo les da: el caos también es él. Nunca nos cansamos de resucitar esta tira, y con razón: a los políticos, sean del color que sean, la carta del miedo les sigue funcionando muy bien.
Dudo que Theresa May haya leído nunca 'Hermano Lobo'. Pero como buena alumna aplicada que es (dicen por ahí que es la única de su gabinete que se ha leído las 585 páginas del acuerdo provisional sobre el 'brexit'), seguro que se conoce al dedillo las memorias del general Charles de Gaulle. De Gaulle, que se oponía férreamente a la entrada del Reino Unido en la entonces Comunidad Económica Europea, era conocido en Francia por comenzar muchas sus frases con “yo, general”. Su estrategia electoral de 1965, basada en presentarse como la alternativa al desastre que sería, según él, una presidencia de Mitterrand, mereció el apelativo de “yo o el caos”. La propia May utilizó una variante de este eslogan durante su campaña electoral en 2016: "yo, fuerte y estable".
Líneas rojas
Pero el acuerdo provisional de divorcio que su equipo negociador firmó en Bruselas la semana pasada es de todo menos estable. El acuerdo, prácticamente el único posible si nos atenemos a las líneas rojas de los negociadores británicos y europeos, consigue el más difícil todavía: no contentar a nadie. No les gusta a los euroescépticos, que piensan que les ata demasiado a la UE; no le gusta a los eurófilos, porque no les ata lo suficiente; y no les gusta a los unionistas porque el famoso ‘backstop’ (el mecanismo que tendrá que activarse si las dos partes no logran llegar a un acuerdo de libre comercio o cualquier otra solución que permita evitar controles fronterizos entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda) requeriría que Irlanda del Norte permaneciera en el Mercado Interior Europeo, aunque con matices, mientras que el resto del Reino Unido formaría una unión aduanera con la UE.
Todos ellos tienen razón. Pero la dificultad del 'brexit' es que ningún acuerdo, y, particularmente, ningún acuerdo que este Gobierno, con sus estrictas líneas rojas y plazos autoimpuestos, pueda firmar va a conseguir unir a un Parlamento y a una opinión pública que está hoy más fragmentada en la cuestión europea que nunca. Y eso, en un país que lleva psicoanalizando sus problemas con el continente casi desde su origen, es mucho decir.
Los oponentes de Theresa May tienen ahora una tarea formidable: convencer al electorado de que tras May, no viene el diluvio. Para eso tienen que darle forma al caos. Y eso, de momento, es tarea de dioses, no de diputados.
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