Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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La gran mentira de la 'superwoman'

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Una mañana me desperté a las cinco y media, antes de que saliera el sol. Es algo que hago a menudo para poder escribir y responder a correos. Es la única manera de que pueda concentrarme sin el insidioso ruidito del Whatsapp o el teléfono sonando a todas horas. Y no, no puedo desconectar el teléfono porque tengo una hija adolescente y una madre enferma: debo estar localizable.

Entonces eché un vistazo a la lista de cosas que debía hacer: tenía una reunión con el tutor de mi hija, otra con mi gestor, debía llamar al seguro porque una cañería se había roto y le había inundado el techo al vecino de abajo, tenía que enviar un artículo… Y había cientos de 'mails' por contestar.

Y calculé, y me di cuenta de que no me daba tiempo a hacerlo todo.

Por supuesto que mi cocina está hecha un desastre. Si entre todo este lío encima me tengo que poner a limpiarla, me tiro por la ventana. Y vivo en un sexto.

Y no hablemos de todos los 'trolls' de internet que me insultan por gorda. Como si una tuviera tiempo para hacer pilates.

Esta sobreexigencia que se nos impone a las mujeres de ser las mejores madres, amas de casa, profesionales y, encima, estar buenas, no se la imponen a los hombres. Si un hombre tiene la casa hecha una mierda, no pasa nada. Es bohemio y caótico. Si es gordo como lo era Chicote, tampoco. Puede presentar las campanadas. Al lado de una mujer delgada, por supuesto. Que es buen padre se da por hecho hasta el punto de que en España se estén concediendo custodias compartidas a hombres que probadamente han agredido a sus excompañeras. Porque, aunque sean violentos, se entiende que son buenos padres. Así, por defecto.

Y me puse a llorar. Y colgué una nota en mi perfil de Instagram. Explicando cómo algo tan simple como comprometerme a ir a clases de yoga cada miércoles a las cinco era imposible en mi caso. Teniendo que compatibilizar el cuidado de mi casa, de mi hija, de mi madre enferma, y además con una profesión en la que dependes de quién te contrate, y en la que nunca puedes decir que no a un encargo, por muy a última hora que se te presente.

La sobreexigencia
que se nos 
impone a las
mujeres de ser las
mejores madres,
amas de casa, 
profesionales,
y encima estar 
buenas, no se
la imponen
a los hombres

La avalancha de respuestas en Twitter, Facebook e Instagram fue abrumadora. Madres trabajadoras desesperadas que se encontraban en idéntica situación: quejándose de que nadie entendía su realidad.

Muchas mujeres de profesión autónoma, como yo, vivimos en este salto de mata constante. Según el Center for American Progress, «las mujeres ahora constituyen la mitad de todos los trabajadores en Estados Unidos, donde casi 4 de cada 10 hogares están constituidos por una madre trabajadora».

De acuerdo a un estudio realizado por la firma estadounidense Welch’s, la suma del tiempo que pasan las madres trabajadoras en la oficina y el que pasan haciendo tareas domésticas en casa equivale en promedio, entre 98 y 100 horas a la semana, es decir ¡dos trabajos de tiempo completo! 

Pasemos a nuestro país: 

Los datos del INE demuestran que las mujeres dedican 26,5 horas al  trabajo no remunerado (con las tareas del hogar, el cuidado de personas dependientes, los niños...) frente a 14 horas de los hombres. Un trabajo gratuito, infravalorado socialmente. Las madres españolas solo pueden dedicar a sus hijos una media de 2,5 horas al día, y a ellas mismas solo 45 minutos. Todos nocturnos.   

Muchas mujeres como yo vivimos una sobrecarga diaria debido a la «doble jornada», fuera y dentro de casa.  En mi caso y en el de otras se convierte en «triple jornada» cuando cuidamos a familiares dependientes.

Mi problema no es solo mío. Cualquier mujer separada, divorciada o madre soltera que además trabaje en una profesión autónoma padece el mismo.

Somos las reinas del 'multitasking'. Yo ahora mismo estoy a la vez escribiendo este artículo y respondiendo mensajes. Vivimos agotadas, estresadas, y con la autoestima por los suelos, porque intentando llegar a ser las mejores en todo, nos quedamos en nada. Nos sentimos feas, gordas, malas madres, desastres domésticos.

El mito de la 'superwoman' nos sigue situando en una posición de subordinación. Siguen más vigentes que nunca los discursos tradicionales de los cuidados y de la división sexual del trabajo. Nuestra falsa revalorización, nuestro presunto empoderamiento, han sido un caramelo envenenado para las mujeres.

¿Le extraña a alguien que las mujeres estemos inundando las consultas de los psicólogos porque sufrimos ataques de pánico y ansiedad?

Mujer que me lees: a veces tu problema no es psicodinámico, ni sistémico, ni cognitivo conductual ni biológico.

Es simplemente social.