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Presente muy negro
El pasado domingo asistí a la rueda de prensa del Premio Planeta que se celebra el día anterior a la gran fiesta. Es tradición que el escritor Juan Eslava Galán, miembro del jurado, comente alguna cosa de las diez obras finalistas. Y ahí vamos. Si bien en los últimos años lo histórico con la omnipresente guerra civil brillaba por encima del resto, en esta ocasión descubrimos que al menos la mitad de las obras que optaban al galardón son de corte policiaco. Lo negro vende, está claro. Desde que Stieg Larsson pintara este género de blanco nieve allá por el 2009, nada ha vuelto a ser igual en el sector editorial.
Lo comentó Jesús Badenes, máximo responsable de este grupo editorial en esa rueda de prensa: el fenómeno nórdico con la ayuda de otros más patrios como el de Dolores Redondo, elevaron la facturación hasta su punto más álgido justo antes de que la crisis hiciera estragos. Y fueron el género negro y la literatura infantil los que lograron que la caída a los infiernos fuera menos dolorosa.
Las novelas policiacas son obras existencialistas que reflejan como nadie el momento que nos toca vivir
Hace mucho tiempo, Andreu Martín, que junto a Vázquez Montalbán y Juan Madrid eran entonces los últimos mohicanos de este género, me comentó que la literatura policiaca era como el Guadiana: aparecía y desaparecía sin previo aviso. Pero ya hace diez años que llegó para quedarse. No hay editorial sin un detective más o menos peculiar en su catálogo, y me consta que cuesta encontrar un autor nórdico que no haya sido publicado por malo que sea. Donde antes solo estaba la Semana Negra de Gijón, ahora tenemos varios festivales que llenan sus aforos. Será porque, como me comentaba hace unas semanas Walter Mosley, las novelas policiacas son obras existencialistas que reflejan como nadie la realidad social del momento que nos toca vivir. Solo hay que observar que el mundo cambia e inmediatamente el 'noir' se reinventa sin dejar de seguirle los pasos para solaz de millones de lectores.
Sé que hay críticos que están hartos de tanta mediocridad. Es consecuencia del abuso. Pero el problema no es el género en sí, sino el inevitable y desalmado intrusismo. Algo que también podríamos extirpar de la mal llamada 'alta literatura' que tampoco está libre de pecado.
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