La clave
Ni deprisa ni imposible
España no avanzará mientras la derecha pretenda ganar en los tribunales lo que pierde en las urnas
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
El debate sobre Catalunya se ha instalado en la eterna dicotomía. Una dinámica que en demasiados momentos llega a la irracionalidad. Basta que alguien diga blanco para que los del otro lado digan negro, a menudo con escaso convencimiento. Si se plantea una reforma constitucional, se responde con una lista de agravios. Si se juzga al Estado con severidad democrática por utilizar las cloacas desde los despachos más nobles, se habla de ingenuidad. Y si se hace lo contrario se acusan mutuamente de demofobia, hispanofobia, supremacismo o infantilismo. Y el desacuerdo siempre se salda con la mentira por bandera. Además de cansina, esta espiral no lleva a ninguna parte más que a generar estrellas del filibusterismo para cubrir cuotas en las tertulias, en las columnas, en las librerías y en las redes sociales.
El independentismo ha perdido buena parte de su legitimidad por las prisas. Algunos consideran que sus errores son innatos porque siguen confundiéndolo con un nacionalismo romántico. Pero es algo más complejo. Tiene componentes de regeneración democrática y también de revolución postmoderna. Ridiculizarlo permanentemente es muy resultón, pero poco efectivo desde el punto de vista político. Algunos se gustan tanto en la crítica que anhelan que hagan de las suyas para salir a replicarles. Una mirada más serena permitiría observar que el debate interno en el que se haya inmerso el independentismo versa precisamente sobre la prisa que tienen algunos en seguir yendo a ninguna parte como hicieron el 26 de octubre. Y no ayuda precisamente a su causa la respuesta del inmovilismo más primario: todo lo que plantean es imposible. Los estados democráticos como España se construyen siempre que la política logra lo que la ley considera imposible. En materias menos emocionales que las referidas a las identidades nacionales, este principio es perfectamente aceptado. Fue durante siglos imposible aceptar el matrimonio homosexual hasta que se hizo. El auténtico reto en España es que las fuerzas conservadoras abandonen los juzgados y vuelvan al Parlamento. Desde la batalla del aborto librada por Ruiz Gallardón padre hasta el estatuto de Catalunya siempre buscan en los jueces lo que les privan los electores. Y la izquierda ahí se equivoca cuando les sigue. Suerte que ahora, los líderes de las querellas, Vox, se han lanzado a la arena política.
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