Iniciativa frustrada
El vagón de la tensión
La presión que se genera con el intento de silencio en el coche reservado del AVE es peor que el más grande de los barullos
Vivimos en un mundo donde el silencio ya no tiene espacio. Si hay gente, hay ruido. Siempre. Hay algunos ilusos que confían en la bondad de las personas y crean espacios como el coche en silencio del AVE. Dejen que me ría. La tensión que se produce con el intento de silencio es peor que el más grande de los barullos. Abuelas con el sonido del móvil activado escribiendo wasaps a paso de tortuga o señores que comen patatas fritas lentamente pensando que así no molestan. La mujer que saca una bolsa de plástico y se está media hora buscando algo. Busca y rebusca sin parar. Te vienen ganas de gritarle que el plástico ya no se lleva y que si ha perdido algo ya no importa. Qué vamos a 200 kilómetros por hora, señora. Si se ha dejado algo en casa, ya no hay solución. ¡Relájese y mire por la ventana! También está aquella pareja que habla bajito. Ella susurra. Y como las eses le salen sonoras al susurrar, molesta mil trescientos trillones de millones más que si gritara. ¿Podéis ir al bar a conversar? En serio, el coche silencio. Luego están las personas que pasan de camino a otro vagón conversando a gritos. Gritos que se suman a aquella musiquita odiosa que se escucha a través de los cascos de ese adolescente que los lleva a todo volumen.
Pero hay veces, en que los astros se alinean. Hay veces en que no hay susurros, ni móviles, ni comida, ni caramelos, ni cascos a todo volumen. A veces solo hay silencio. Dura poco. De repente, aparece una señora con un carrito de bebé y se sienta en una zona que está libre. Todos nos miramos. La miramos a ella. ¿Un bebé? ¿En serio? Entonces se produce el milagro. Aparece un revisor y la echa. Sí. La echa. A ella y a su bebé. Están prohibidos los menores de 14 años en el coche silencio. Ella dice que su niño no puede dormir en los otros vagones, que en este se está muy bien. Claro señora, la entendemos. Aquí se está muy bien básicamente porque usted no está. ¡Lárguese! Pensamos todos. La mujer se marcha enfadada, el revisor nos mira y todos aplaudimos. Se rompe el silencio, pero el gesto se lo merece.
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