Al contrataque
La sonrisa etrusca
No es que no se sepa quién ganó y quién perdió el 21-D, es que perdieron todos
En mi casa vemos por la tele los programas del recuento electoral comiendo pizza. Lo hacemos porque la pizza es redonda como los gráficos y cortamos las porciones en función de las proporciones que le corresponden a cada partido. Pero a lo mejor esto es un atavismo de cuando nos juntábamos todos los colegas para ver pelis de terror en VHS. Lo único que recuerdo de aquellas pizzas es que te podías comer la caja de cartón en que venían y sabía igual.
Vivimos atrapados en nuestras costumbres ancestrales. Hemos pasado de los etruscos a los comentaristas políticos, de leer en las entrañas de los animales para saber el futuro a leer en las entrañas de los resultados electorales para elucubrar sobre lo que va a suceder. Cada jornada electoral es un sacrificio que hacemos a ver qué sale, donde el propietario del animal sacrificado siempre asegura que le ha ido muy bien. No se se pone en juego un buey por nada.
Pero lo del 21-D pasado más que un sacrificio ha resultado ser una escabechina. No es que no se sepa quién ganó y quién perdió, es que perdieron todos. Ocurre como en aquella escena de una película en la que Manolo Gómez Bur decía: «Un respeto, señora, si no como persona, al menos como huevero». Y aquí perdieron como bloques, como partidos políticos, como personas y hasta como responsables de la huevería.
Existen muchas formas de ganar: llegando el primero, yendo más lejos, marcando más goles, noqueando al contrario, aguantando más leña que el otro...; pero solo vale una manera si se juega a lo mismo. En general hay dos tipos de autores: los que primero tienen el título y a partir de ahí escriben su novela, y quienes solo son capaces de ponerlo cuando han acabado.
A las pasadas elecciones no ha habido manera de ponerles un título, es decir, darles una intención. Ni se pusieron de acuerdo antes los partidos, ni después se han aclarado. No es lo mismo un título que un titular. Los titulares los colocan los periodistas, que para eso están. Incapaces de titular sus obras, los políticos han acabado presentando con titulares lo que hacen. Esto es perder hasta la camisa, pues la camisa es el oficio. (Habría que pedirle a un semiótico del traje que nos explicara por qué la política está renunciando a la camisa en favor de la camiseta, molaría preguntarle si esto significa una vuelta a la toga).
Rictus milenario
Hoy toda sonrisa política es una sonrisa etrusca (que José Luis Sampedro me perdone). Está esculpida en piedra y únicamente transmite que es fría. Es la sonrisa de un sarcófago misterioso. No se sabe qué insinúa, qué significa, pues tras ella no hay más que un rictus milenario. La historia se ha petrificado hasta convertirse en lápida.
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