Tras el referéndum

Los justos

Cuando hacían frente a la violencia no defendían unas urnas: construían un espacio de civilidad moral no escrito en ninguna ley

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JOSEP MARIA FONALLERAS

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Hoy todavía resuena el fragor de las estampidas, aún me retuerzo en la desazón ante la anunciada, dilatada, permanente llegada de los agresores, aún contengo las lágrimas cuando veo las caras de los indefensos y dignos frente a la barbarie. Amedrentado y emocionado, no he podido reprimir las lágrimas al reencontrarme con la gente que quiero al día siguiente de este domingo vergonzoso

Ha sido una especie de vía de escape a toda la tensión que vivimos, a la infausta, cruel sensación de sentirte ocupado en tu casa. La necesidad de sentirte cerca de las personas con las que compartes el ruido y la furia de este cuento que no significa nada. Esto es la vida (y perdonen que me vista de sentimental): tratar de poner un poco de orden en este concierto descabellado.

Más allá de las escenas que todos hemos visto, esta es quizá la peor sensación: saber que las calles por donde caminas habitualmente son ahora –estos días– el territorio por donde deambulan los gases de la intolerancia y la ferocidad. Impotencia, asombro, el vaho extraño y maloliente de un odio que es visceral y que se enfrenta a la límpida, algo ingenua, genuina voluntad de una comunidad que un día descubrió que lo era de veras. Cuando hacían frente a la violencia no defendían unas urnas: construían, con el espíritu de aquellos justos que decía Borges –las personas que se ignoran y que están salvando el mundo– un espacio de civilidad moral no escrito en ninguna ley