El extraño Estado de Daniel
Quienes no vimos claro el trato a las minorías en el Parlament, ahora no vemos clara la manga ancha de la fiscalía con ciertos derechos
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
“No quiero que mi hijo Daniel viva en un país donde la mayoría pueda tapar los derechos de los que no piensan como ella”. Esta frase es, sin duda, el resumen más viral del pleno del Parlament en el que se aprobaron las leyes que nos han llevado a la dimensión desconocida en la que vivimos. Si a Joan Coscubiela le preocupó el Estado catalán que anticipaba el pleno de la Ciutadella, su hijo Daniel ha podido ver en la última semana el rostro más agrio del Estado español en el que vive: límites a la libertad de expresión, escenificaciones innecesarias para entregar notificaciones en medios de comunicación, violación del secreto de las comunicaciones (por correos y por las redes digitales), suspensión del secreto bancario, límites al derecho de reunión… Todo aparentemente amparado por el Estado de derecho, pero forzándolo como ha explicado José Antonio Martín Pallín. Quienes no aplaudimos el espectáculo del Parlament tenemos derecho a decir que tampoco nos han gustado algunas de las respuestas que se han dado. No hay necesidad de enviar agentes con chalecos antibalas para registrar un modesto semanario en Valls, ni mucho menos citar a declarar a 750 alcaldes al amparo del derecho penal preventivo. Ni tampoco habilitar a las policías locales para requisar folletos o fotografiar a los asistentes a actos políticos como pasó este fin de semana en Barcelona o en Sitges, donde un municipal envalentonado por Rajoy y sus fiscales se atrevió a arrancar a un periodista su teléfono móvil y a llamarle “payaso” antes de devolvérselo. Y no, no hablamos de un exaltado de la jauría digital sino de un agente de carne y hueso con su arma reglamentaria en el cinturón. Porque hay que hablar de todos los excesos, aunque no todos tengan la misma gravedad, si no moral al menos jurídica.
No, no quiero que Daniel ni mis hijos vivan en un país donde la mayoría pueda tapar los derechos de los que no piensan como ella, pero creo que su padre tampoco quiere que viva en un Estado que antepone ciegamente la unidad indivisible al respeto a los derechos fundamentales. No siempre, pero alguna vez. Como los independentistas no obvian siempre a la mayoría, nos bastó una vez para reprenderles. Pero no olvidemos nunca que la jauría digital no lleva pistolas reglamentarias. Hay simetrías que son coartadas.
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