Una zona clave de la geopolítica
Juego de tronos en Oriente Próximo
La transición en marcha hacia un nuevo orden regional no se presenta nada fácil
Cristina Manzano
Directora de Esglobal
CRISTINA MANZANO
Como si de una intensa partida de Risk se tratara, Arabia Saudí está desplegando todas sus piezas para recuperar y afianzar su papel de principal potencia en Oriente Próximo y líder indiscutible del mundo musulmán.
Durante años, el régimen de Riad -uno de los más oscuros y autoritarios del planeta- vivió bajo el respaldo incondicional de Estados Unidos, en una férrea alianza enlazada en petróleo y armas, cuyo objetivo prioritario era aniquilar al enemigo público número uno de ambos: Irán. Con Obama en la Casa Blanca, sin embargo, el interés en la región pareció desinflarse. El aumento de la independencia energética americana , el avance de las negociaciones sobre el programa nuclear iraní -que culminó en acuerdo-, la frustración ante la incapacidad de avanzar en la cuestión palestina y el giro hacia Asia, entre otros factores, explican ese cambio de actitud.
Bloqueo a Qatar
Pero cuando parecía que el régimen wahabí perdía fuelle global, la visita de Donald Trump -la primera al exterior de su mandato- y el anuncio de sustanciosos nuevos contratos armamentísticos volvió a darle la vuelta a la situación.
Así pues, envalentonada, Arabia Saudí, junto con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Egipto, lanzó el siguiente episodio en la carrera por el liderazgo de Oriente Medio: el bloqueo a Qatar. En él se mezclan elementos ideológicos, como el apoyo, o no, al llamado Islam político, con los Hermanos Musulmanes como su principal exponente, así como con una mirada más o menos abierta y tolerante al mundo; religiosos, con el factor de la división suní-chií; y hasta de familia, con dinastías en los diferentes países del Golfo que mantienen a menudo vínculos muy cercanos. Y todo ello, con la lucha contra el terrorismo del Estado Islámico y de Al Qaeda como escenario de fondo.
El papel de Turquía
Pero Qatar no es más que la 'excusa' en un tablero cada vez más complejo. A la tradicional rivalidad entre las dos grandes potencias regionales, Arabia Saudí e Irán, se suma ahora el papel que quiere desempeñar una Turquía que, 'rechazada' por Occidente, mira cada vez más a Oriente. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que un día quiso erigirse como líder y modelo para el mundo político musulmán, ha visitado varias capitales del Golfo para tratar de mediar con Doha y de paso asegurarse un mayor protagonismo en el futuro. Rusia, también, por cierto, se ha ofrecido a actuar de mediador mientras Estados Unidos, negocios aparte, prefiere permanecer al margen.
Independientemente de cómo se resuelva la crisis de Qatar -a nadie le interesa que se agrave-, en Oriente Próximo se está fraguando un nuevo orden regional que será diseñado por los propios países de la región. De momento, todos ellos están implicados, de uno u otro modo, en los numerosos conflictos abiertos, ya sea en Siria, en Irak, o en Yemen, ya sea financiando facciones, apoyando milicias o participando en coaliciones militares. Han externalizado, en una guerra 'por delegación', la batalla entre ellos. La transición hacia ese nuevo orden no se presenta nada fácil.
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