Dos miradas
Damos miedo
El 1-O busca la provocación. Un relato que reserva para el Gobierno español el papel de villano y eleva al catalán al altar del martirologio heroico
«Damos miedo y más que daremos», proclamó Carles Puigdemont ante medio millar de alcaldes independentistas en un acto de apoyo al referéndum unilateral. Miedo... ¿Es eso exactamente lo que queremos provocar? ¿Es esa la palabra justa? ¿Es responsable utilizarla para exhortar a la ciudadanía a una movilización masiva?
Miedo… Qué miedo da utilizar este término en política. El imán de ignorantes, insensatos, iluminados y sectarios. ¿Por qué apelarlos? ¿Por qué despertarlos? ¿Por qué atraerlos? ¿Realmente el procés los necesita? A tres meses vista, no sabemos si habrá urnas ni censo ni junta electoral. Lo que sí sabemos es que, ahora mismo, el 1-O busca la provocación. Un relato con alma de leyenda que reserva para el Gobierno español el papel de villano y eleva al catalán al altar del martirologio heroico. Denuncian con escándalo las raíces franquistas del Ejecutivo del PP, mientras callan que cuadros falangistas engrosaron en su día el poder de CiU. Anhelan un gesto autoritario de Rajoy que les sirva de confirmación del discurso. De acuerdo, ¿y después? Si el 1-O no se celebra o no deja de ser una movilización, una más y sin más consecuencia que el movimiento continuo, ¿qué pasará con tantas emociones? ¿Qué haremos con el miedo? Con ese miedo que se supone que provocamos. Con ese miedo que quiere utilizarse como arma política. Con el miedo que inquieta, angustia, somete, violenta, vence o es derrotado… Para eso sirve el miedo.
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