Cuando el fútbol deja de ser religión
Girona vive con ilusión el ascenso de su equipo de fútbol mientras Mallorca muestra su indiferencia por el descenso a Segunda B de su principal club
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
EMILIO PÉREZ DE ROZAS / BARCELONA
No es verdad que el fútbol sea el opio del pueblo, ni siquiera la religión. Tampoco es cierto que vuelva loca a la gente. Vuelve loca a determinada gente, no a toda, ni mucho menos. Es, sí, una pasión en determinadas ciudades, en determinados pueblos, en determinadas sociedades.
Yo les puedo asegurar que salen ustedes a la calle en Palma de Mallorca (o en cualquier pueblo mallorquín) preguntan si saben quién es Robert Sarver, Monti Galmes y Maheta Molango y nadie, nadie, nadie (vale, sí, dos) saben que se trata, nada más y nada menos, que del millonario propietario norteamericano del Real Mallorca; su presidente, sí, sí, su presidente y el director general de la entidad que, tras 36 años en el fútbol profesional, acaba de descender a Segunda B. A la isla entera le importa un pimiento lo que le ocurra al Real Mallorca, que ha terminado no solo en manos extranjeras (como tantos otros clubs) sino en manos de alguien que le da igual.
TOMANDO DISTANCIA
Mi admirado Pablo Machín, sí, sí, el triunfador de Girona, me contaba que a él le ha costado mucho, mucho, no solo que le reconociesen por las calles de su rica, riquísima, ciudad, sino que la gente le pedía autógrafos sobre camisetas del Barça y / o del Real Madrid. Ahora, me cuenta, ya firma más sobre las camisetas o bufandas del Girona, pero Montilivi continúa sin llenarse. No sé, aunque lo intuyo, si a Delfí Geli, el joven presidente, le ocurre algo parecido. Y, la verdad, nadie en Girona, recién ascendido a Primera División tras dos intentos frustrados a ultimísima hora, sabe quién es el dueño de su amado (o no tanto) club, y yo no lo pienso escribir porque igual me cae una querella del amo, al que no le gusta aparecer en los periódicos.
Igual hacen bien en Mallorca y Girona en tomarse el fútbol como deben, con distancia, con serenidad, sin volverse locos.
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