Pequeño observatorio
Lo siento, a esta hora me toca sexo
No parece natural programar el ejercicio sexual como propuso un concejal de Suecia para que mejoren las relaciones personales de los trabajadores
Josep Maria Espinàs
Periodista y escritor
JOSEP MARIA ESPINÀS
La noticia viene de Suecia y es extraordinaria. Extraordinario es una palabra que usamos a menudo por exagerar, pero en este caso me parece justificada. No es ordinaria, no es normal, la propuesta de un concejal sueco relacionando el mundo laboral con el sexo. Propone dedicar una hora, pagada, a los trabajadores para que puedan ir a su casa a practicar sexo. El objetivo de esta singular decisión es que los trabajadores mejoren las «relaciones personales» y así aumente la tasa de natalidad.
¿Para que no dediquen esta hora a otros trabajos deberán presentar a la empresa un certificado? ¿Firmado por quién? «Chico, o chica, firma aquí». Quizá no se deberá hacer constar si la relación ha sido satisfactoria o no... O quién sabe si una cámara debiera filmar el trabajo y llevar este testimonio a la dirección de la empresa. No fuera que la pareja se dedicara a perder el tiempo haciendo la siesta.
MÁS INSTINTIVO QUE PROGRAMABLE
Está claro que la definición de sexo es muy extensa y complicada. Comienza así: «Conjunto de modalidad bioquímicas, fisiológicas y orgánicas que polarizan los individuos de una misma especie en machos o hembras...». Mucho más sencilla, y discutible, es la distinción entre sexo fuerte –los hombres– y débil, que se atribuye a las mujeres. Es como si solo contara la condición física. Desde el punto de vista temperamental la mujer puede ser en algunos casos el sexo fuerte.
En cualquier caso, no parece que sea muy natural la programación del ejercicio sexual, que no deja de ser un impulso más instintivo que programable. Y lo que me sorprende más de esta propuesta de programación es que esta hora dedicada al sexo sea considerada «progresista». Supone la intervención en el ámbito de las libertades y –nunca mejor dicho– de las necesidades personales.
Me hace pensar en los años escolares, cuando un alumno levantaba el dedo para pedir permiso para ir al baño. Al volver al cabo de un rato, el profesor le decía con un punto de ironía: «¿Que había una cola muy larga?»
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