Sociedades aceleradas
El 'jeito' de Landero
Objetos, ideas y a veces incluso las personas son hoy de usar y tirar
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
El otro día vino el escritor Luis Landero a Barcelona y estuvo charlando en la biblioteca Agustí Centelles en muy buena compañía, la de sus colegas Javier Pérez Andújar, cronista de esta casa, y Antonio Iturbe, reciente premio Biblioteca Breve. Durante el encuentro, una especie de bautizo de su última novela (La vida negociable, Tusquets), salió a relucir un viejo concepto rastreable en anteriores ficciones landerianas: el jeito. La palabra, toda una «catedral semántica», proviene del portugués jeitu y alude a lo que está bien hecho, a la forma de «dar lo máximo de uno mismo en lo mínimo que hace». Suele contar Landero, nacido en Alburquerque (Badajoz), casi en la raya con Portugal, que su madre le reprendía de niño cuando hacía las cosas a desgana diciéndole «¡qué poco jeito tienes!».
En verdad, la vida se ha acelerado tanto que apenas queda espacio ni sentido para el jeito. Objetos, ideas y a veces incluso las personas son de usar y tirar. Los quehaceres se acometen deprisa y de cualquier manera, cuando todo lo humano requiere tiempo: leer, pensar, querer bien, arreglar una bici, dar la clase de mates o unas lentejas estofadas necesitan su tiempo. Parecía que el progreso y la tecnología iban a traer consigo la liberación del minutero, e incluso Keynes predijo en 1930 que un siglo después se trabajaría no más de 15 horas a la semana, vaticinio que salió por la culata tal vez porque el economista no tuvo en cuenta la voracidad caníbal del capitalismo.
Creo intuir que la noción de jeito incluye, además, un aspecto tanto o más escaso que el tiempo: la generosidad de hacer las cosas como corresponde por el bien común, la humildad de esmerarse con vocación de anonimato, de la misma manera que las abejas de la colmena, por un poner, se levantan cada mañana y realizan sus tareas a solas de la mejor manera que saben. Ni dinero ni fama ni joder al otro; bien porque sí. En cambio, el pasado fin de semana se saldó con un empacho de egolatría en el congreso de Podemos y el de los otros. Pero ese tal vez es un asunto más largo.
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