Una noche mágica
Demasiadas preguntas
El día 5 cenaremos viendo alguna película tonta de Navidad para crear ambiente y prepararemos el agua y la comida para los camellos de los Reyes
Que los Reyes pasaran elegantes con sus carrozas doradas, llenas de luces, niños del colegio y caramelos por el pueblo, y que cuando yo llegaba a casa con mis padres, los Reyes -más elegantes, pero distintos- estuvieran en directo pasando por las calles de Barcelona era algo que tenía lógica: los que acababa de ver no eran los verdaderos, entre otras cosas porque Baltasar llevaba la cara pintada, igual que sus pajes. Pero no importaba, porque eso solo podía significar que los Reyes, los de verdad, los de Oriente, estaban preparándose para la noche. No tenía ningún sentido que perdieran todo el tiempo del mundo exhibiéndose por todos los pueblos, pudiendo empezar su largo camino hasta mi casa para poder dejarme una bicicleta, unos patines o la casa de Pin y Pon.
Era, sinceramente, irrelevante que la carroza de Barcelona tuviera más altura y más luces que la que yo acababa de ver. Quizá incluso habían tirado más caramelos. No había preguntas para las respuestas más inverosímiles. Lo cierto es que a mí mis padres me habían dicho que los de los pueblos eran ayudantes, que por eso recogían nuestras cartas, y por eso algunos niños que yo conocía iban en la carroza. No eran los verdaderos y tenía sentido: igual que los diferentes Reyes que se sentaban en sus tronos en los centros comerciales -llenos de juguetes, papeles de regalo, lazos rojos y azafatas que te envolvían los regalos a dos metros de la caja-, que eran solo ayudantes para acercarse a los niños mientras los Reyes Verdaderos hacían lo que debían hacer.
LAS RESPUESTAS
La cosa cambia cuando ya no eres tú quien tiene las preguntas, sino las respuestas. Desde hace algunos años formo parte de ese otro lado: el que disimula cuando tiene que esconder los regalos, el que responde las preguntas con más preguntas para tantear, el lado de los cómplices, el lado de los que dan sentido a las múltiples carrozas que pasean simultáneamente en distintos pueblos, de los que colocan todos los regalos sin hacer demasiado ruido.
Cuando mañana por la tarde veamos pasar a los Reyes y volviendo a casa encontremos caravana porque en otros pueblos han cortado las carreteras principales, tendremos las respuestas adecuadas preparadas, no se nos escapará una ni improvisaremos -quizá este sea nuestro último año y el año que viene ella sea una cómplice más-. Yo me pondré nerviosa de broma para que todo sea una fiesta, pero acabaré nerviosa y con frío de verdad.
Nos costará cenar cuando lleguemos a casa, cenaremos viendo alguna película tonta de Navidad para crear ambiente, prepararemos el agua y la comida para los camellos, y tendremos que convencerla de que hay que ir a dormir bien temprano y no levantarnos a media noche para dejar a los Reyes hacer su trabajo. Quizá habrá reconocido a algún niño de su colegio en alguna carroza y le diremos que los Reyes, claro, necesitan ayuda, por muy mágicos que sean. Por la noche, metida en la cama, cuando oiga un ruido, no se creería que ni pajes -ni ayudantes ni verdaderos- somos nosotros.
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