LA LACRA DE LA VIOLENCIA MACHISTA
Asesinadas, las muertas y las vivas
Lo más difícil cuando se trata de comprender el fenómeno de la violencia machista es asumir que es una cuestión ideológica, una forma de comprender el mundo y la relación entre hombres y mujeres
Najat El Hachmi
Escritora
NAJAT EL HACHMI
Conozco a una mujer que fue maltratada de forma sistemática por su marido durante décadas. Se casó con su verdugo cuando era muy joven y así él pudo poner en práctica todos los mecanismos típicos que usan este tipo de individuos: minarle la autoestima poco a poco haciéndola sentir cada vez más poca cosa como persona, aislarla de aquellos con los que tuviera vínculos afectivos sanos, restringirle paulatinamente el acceso al mundo y en general llegar a convencerla profundamente de que el infierno en el que vivía era el único mundo posible.
Para esta mujer lo peor era la arbitrariedad, que los prontos de él se presentaran sin ningún orden establecido, que de repente los golpes empezasen y tardara minutos, a veces horas, en descubrir cuál había sido el motivo de su ira. Cada vez lo conocía mejor y le parecía que podía hacer algo para evitar las descargas, pero siempre había nuevas razones que él encontraba para pegarla. El tiempo que pasaba entre que empezaban las palizas y que ella podía entender el supuesto motivo era lo peor de todo, un tiempo de no-razón absoluto, de no saber si era que se había vuelto loca.
Mi conocida tenía la convicción que aquello solo le pasaba a ella y siempre conseguía disculpar la conducta de su agresor. Esperaba que tarde o temprano las cosas cambiarían a mejor porque no podía concebir oponerse a él, rebelarse contra él. A menudo amenazaba con matarla o matarse si ella decidía romper el lazo que los unía. No lo hizo nunca. Mientras tanto convirtió la resistencia a los golpes, los gritos y el absurdo nihilismo de su existencia en una virtud y al final decía, mira, tantos golpes y aún estoy viva, bien viva. Pero no era cierto, estaba medio muerta y no lo sabía. La prueba es que cuando finalmente él aflojó por la pérdida de vigor de la edad, ella no se atrevió nunca a traspasar los límites que le había impuesto durante tantos años. Y los dolores sin motivos médicos que los justifiquen son a día de hoy la evidencia de que su cuerpo guarda buena memoria de todo lo que ha sufrido.
UNA GUERRA NUNCA DECLARADA
Cada vez que aparece la noticia de una mujer asesinada por el simple hecho de ser mujer, pienso en esa señora. Lo más difícil cuando se trata de comprender el fenómeno es asumir que es una cuestión ideológica, una forma de entender el mundo y las relaciones entre hombres y mujeres. No son casos aislados, los maltratadores no son fruto de unas circunstancias determinadas, son los soldados de una guerra nunca declarada porque es el estado en el que hemos vivido desde hace milenios, una guerra contra la mitad de la población que ahora paga con la propia vida la rebelión contra las imposiciones del machismo.
La buena noticia es que las denuncias aumentan, se rompe el silencio, que el conjunto de la sociedad, excepto psicópatas incapaces de compadecerse de las víctimas, es cada vez más consciente de qué supone esta realidad. La pésima noticia es que las medidas de prevención siguen siendo insuficientes, se han de hacer muchos más esfuerzos para evitar que haya ni un solo feminicidio más.
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